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La Travesía

martes, 9 de julio de 2013

TRAVESÍA SUPERCONJUNTADA DE PORTUGAL, DECIMOSÉPTIMA ETAPA (I) Día 1: Costa Nova – Torreira

¿Sabíais que el segundo faro más alto de Europa está en el pueblo de Barra, a 4 kilómetros de Costa Nova? Y ¿cuál es el más alto? me preguntaréis. Pues no lo sé, y no me importa, la verdad, porque con este tengo suficiente, si ni me cabe en la foto. El tercero más alto está en Chipiona, por cierto, pero eso no está en la ruta de mi travesía.
Costa Nova. Tiene casitas con rayas de colores, cuanto más primarios mejor. Se llaman “palheiros”. Algunas tienen patas, la mayoría ya no. El modelo original era de los pescadores de la zona, una pobre gente de vida dura y poquísimos recursos, pero ahora en Costa Nova cualquiera puede tener un palheiro (o alquilarlo). Hay algunos magníficos, otros espléndidos, otros grandiosos, se ve que Costa Nova es una versión fina y ordenada de Praia de Mira. Hay un palheiro antiguo y oscuro donde vivía José Estevão, el fundador del pueblo que digamos, y donde veraneaba el escritor Eça de Queiroz en el siglo diecinueve (y Costa Nova le encantó). Es su cachito de historia. Pero cuando yo llegué a Costa Nova solo me interesaba mi cerveza, refugiarme del sol y descansar las piernas.
Rayas, rayas… pero ¿qué rayas? ¡Si la gente se viste como las casas!
Y nada, ya de vuelta en 2013, salgo de Costa Nova y me pongo en el camino de nuevo. Y con fuerza en las piernas: he entrenado mucho este año. Si hasta me he aficionado al footing (con música, en el salón de mi casa, pero footing al fin y al cabo, por primera vez en mi vida).
Y empieza la Ría, la famosa ría, famosa por ser aburrida, aunque en este punto todavía no me he aburrido de ella. ¿Véis un larguísimo puente que hay al fondo? Pues crucé por ese puente, en una especie de jaula para peatones.
Luego me metí en esta otra jaula, porque en esta parte todo está dentro de jaulas o detrás de verjas y alambradas, es como si no se fiaran de los peatones. Bueno, en la jaula del puente nos meten con las bicis, que da lugar a unas feroces peleas por el territorio, ya que no cabemos los dos. En esta parte es más fácil, solo tienes que lidiar con el tráfico, que se suele mantener a raya.
Además por la parte de las verjas y enrejaos iba con prisa –el gran enemigo– porque tenía que coger un barco. ¿Un barco? Sí, porque es la única forma de salvar una pequeña extensión de agua que hay antes de llegar al pueblo de São Jacinto. ¿Y qué extensión de agua es esa? Pues es la Ría, la maldita Ría otra vez, que decide en ese punto que quiere salir un ratito al mar. Pero después sigue, claro…
 
Me instalé en el barco con los barqueros preguntándose quién sería la payasa que viene sin coche y luego corre por todo el barco haciéndose fotos y cuando se cansa se pone a escribir su diario en los rincones, pero la impaciencia me embarga en estas situaciones, el concepto de las esperas y el horario son antinaturales en mi travesía y me causan un poco de estrés.
5 minutos más tarde, el pueblo de São Jacinto y luego ¡la carretera de nuevo! ¡Eeeesto es lo que me gusta a míííí!

Pero después de ese grupo de interesantes árboles está… sí, lo habéis adivinado, ¡la ría! Y la ría es soporífera en este punto, mortalmente aburrida, aunque…
algo así como una vez cada 50 minutos, ¡¡¡pasa un barco!!!, y si el barco es tan divertido como este moliceiro lleno de gente de excursión es todo un acontecimiento.
 Pues nada, unas horas más de ría, y de repente ¡¡allí está!! Torreira a la vista!!

Y Torreira ¿cómo será? ¿Será como me la he imaginado?

Pues no exactamente, no exactamente…

¡Continuará!


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