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La Travesía

domingo, 28 de julio de 2013

TRAVESÍA SUPERCONJUNTADA DE PORTUGAL, ETAPA 17 (y V) Espinho – Porto


Salgo de mi décimo piso en Espinho y veo que el vendaval sigue, y sigue. Bueno, es lo que tiene esta parte de Portugal. Si lo pienso, este ventarrón me ha acompañado los últimos 230 kilómetros (además siempre se las arregla para soplar en tu contra), así que ya es hora de que me vaya acostumbrando. Paciencia, lo sé…
Hoy el camino es básicamente costero. Los pueblos de Granja, Aguda y Miramar son preciosos, con sus chalets antiguos y la sombra de sus árboles. Porque también sigue la ola de calor, aparte de la ola de viento. Casi nadie se atreve con la playa hoy. Yo tampoco me atrevería (he pasado casi toda esta etapa huyendo de la playa, mi personalidad ha cambiado ¿veis?)
Pues nada, me hago una trenza contra los enredos del viento, para no espantar a los pobres pájaros, y sigo. A pesar de todo es un día bonito.
Y luego viene… la parte urbana. Donde me alejo de las playas y pongo rumbo a Oporto. También puede ser difícil porque hay que callejear y seguir los apuntes de mis mapitas, que me pone en gran riesgo de perderme, o en todo caso se tarda mucho, pensándolo todo antes, durante y después. Pero al final resulta ser fácil, porque en todos las encrucijadas del camino están unas señales para poner en el buen camino a los coches y yo lo único que tengo que hacer es seguir las flechas para coches, ¡qué bien! Ah, pero… todos los coches también siguen esas flechas, así que no tan bien, porque ahora los tengo todos pegados a mí, al paso que vamos podría haber ido por la autopista…
Pero encuentro mi camino. Ya os digo, muy difícil no es. Que no es difícil cruzar Portugal a pie. Lo haces como paso a paso.
Por fin remonto una loma y tengo mi primera visión de Oporto en el horizonte. Y es verdad, he llegado hasta aquí, tengo Oporto a mis pies…
Solo hace falta cruzar unas cuantas autopistas y estaré allí…
Pero primero me voy a tomar algo, así que entro en un bar y este es el espontáneo resultado. Voy a pedir un Sumol pero en vez de decir “un Sumol” me sale “una cerveza”, ¿nunca os ha pasado eso?
Y al salir del bar soy toda felicidad y callejeo por calles de verdad, calles urbanas, construidas, nuevas y antiguas y ambas cosas a la vez y he llegado a Oporto, estoy en Oporto, esto es Oporto, la gran urbe. Y tiene de todo, mucho río y muchos barcos y muchas, muchas bodegas de vinos.
En realidad, técnicamente, la etapa no ha terminado en Oporto sino en Vila Nova de Gaia, porque no he cruzado el puente todavía. Eso lo dejo para la próxima etapa, porque me interesa más que no se me cierren los ojos de cansancio y me caiga al agua, porque todo esto tan espectacular quiero verlo bien, y también quiero tener mejor cara para las fotos, vamos a intentar hacer las cosas bien, para la exposición y para mi dignidad personal…

Luego a la noche salí, salí con unas amigas porque daba la casualidad de que teníamos la presencia del Centro Cultural Lusófono de Sevilla en Oporto ese día, jeje, casualidades de la vida, el mundo es un pañuelo. La gente de mi asociación estaba porque tenía también un viaje, que terminaba en Oporto como el mío, aunque era un viaje de estilo y contenido algo distinto. Me colaron en el restaurante de su hotel de cinco estrellas para que pudiera saludar a todo el mundo, luego
salí a dar una vuelta por el barrio con Carmen P y con Pino. Y al barrio no le faltan atractivos, como por ejemplo este bar con cerveza negra y jardín verde, que Carmen encontró por el infalible método de preguntar (un estupendo método que yo no uso, y por eso siempre ando perdida por sitios horribles). Pero fue una noche muy divertida y una noche que acaba así:
no puede ser muy mala ¿no?

martes, 23 de julio de 2013

TRAVESÍA SUPERCONJUNTADA DE PORTUGAL, ETAPA 17 (IV) Ovar - Espinho

Salgo del huevo fabergé y me echo a andar sobre patas renovadas,
 y ¿esto qué se supone que es?
¿Una acera? Y ¿se supone que yo tengo que andar por ella?¿O me están tomando el pelo? En el lado en el que debería ir (o sea, el otro) solo hay más de lo mismo ―unos centímetros escasos de malas hierbas― y lo único que gano yendo por el lado más peligroso es que tengo un poco de sombra, que me llega hasta los tobillos, las rodillas, o los codos con suerte, pero casi nunca hasta la cabeza, que es donde me interesa, porque así no me iré volviendo loca mientras camine. Pero ¡merece la pena! ¿De dónde ha salido esta ola de calor? No estaba prevista. ¿No estaba aterida de frío ayer?
Esto si no me equivoco es un hórreo, ¿verdad? No sabía que los había en Portugal. Debemos de estar cerca de Galicia ya…
Pero en cuanto salgo de la pequeña tregua rural ya estoy otra vez con la mínima expresión de la acera por los dos lados de la carretera. Y siempre camiones, camiones, camiones....
¡O sea que salir a una acera así es un lujo! Además allí lo veis, tiene medio metro cuadrado de sombra de la buena, y paso por ella despacio, despacio…
Y nada, ya estamos otra vez con esto. Pero no me importa pasar levantando las piernas como en el cambio de guardia griego y recogiendo todo el yeso y el polvo de la pared con el vestido mientras los coches me rozan el codo por el otro lado si al menos hay un poquito de sombra……

Y siempre camiones, camiones, camiones….

O sea que no ha sido el día más fácil de la travesía, que digamos.
Y todas estas actividades frustrantes/ensuciantes/calurosas/suicidas cansan, y cuando llego a Espinho todo en mí está tarumba y solo sé que tengo que seguir hasta que encuentre un bar donde me pueda tomar una cerveza, y no sé qué me están diciendo todos estos semáforos, si parar, si pasar, si esperar, si adelantar, si cruzar, si….
Pero por fin sale este maravilloso bar a mi encuentro y me tomo la cerveza que me merezco (que a partir de estas latitudes ya se llama un fino, y hay que pedir un fino, y eso es muy difícil porque siempre tengo miedo de que me pongan un fino, ya me entendéis).

He llegado a Espinho como un robot (es solo cansancio, solo cansancio, no pasa nada), y tengo las piernas como dos piezas de maquinaria pesada, que remolco hasta un restaurante que tiene……. ¡un sofá! y allí paro la máquina y como y bebo con una sonrisa idiota en la cara porque ¡¡soy muy feliz!!
Luego me llego al hotel. Voy en vacío ya, con el motor apagado, pero afortunadamente está muy cerca del sofá-bar.
Y subo y subo y subo y subo, verticalmente, sin hacer esfuerzo, y llego a un gran apartamentito con salón, dormitorio, cocina y cuarto de baño con recibidor. Y empieza la siesta.

Desde la décima planta el mar suena a autopista.

Por la tarde rehúyo la playa con cualquier excusa (que hay un vendaval, por ejemplo, y veo claramente desde el décimo piso que la gente tiene frío) y duermo remoloneo y me tomo un baño sin fin, luego salgo a dar un paseo (tengo las piernas estupendas, era solo cansancio, no pasaba nada),
y Espinho es bonito, además lo han mejorado desde la última vez que yo estuve aquí, en el 2005, soterrando las terribles vías del tren que cortaban la ciudad en dos y cosas así,
Espinho es bonito y también cervecero,
y al final llego a la playa, aunque creo que es un poco tarde para tomar el sol ya….

viernes, 19 de julio de 2013

TRAVESÍA SUPERCONJUNTADA DE PORTUGAL, ETAPA 17 (III) Torreira - Ovar

A ver, ¿por dónde íbamos? 
 Ah, sí. ¿Os situáis?

Eso, Torreira, Día 2. A la mañana siguiente. Abrí el balcón a ver qué tal se presentaba el día y era algo terrible, frío y viento, hasta parecía que llovía pero resultaba que no era lluvia exactamente, era agua de la ría que el viento esparcía por todos lados. El peor día que he tenido que caminar nunca. Ya me estaba poniendo todas y cada una de mis prendas de ropa, una sobre otra, pero al final a fuerza de esperar como un cobarde vi como se obró el milagro y salió el sol. No se fue el viento… pero el sol sí salió. Y ese día salí a caminar a las 10 de la mañana, ¡lo nunca visto!
¡Qué interesante! ¿verdad? la ría otra vez. Más ría, más y más y más, no hay manera de que se harte de sí misma. Pero esas expansiones de agua cristalina que había en la parte de Costa Nova ya las dejé atrás: aquí la ría es puro barro. Tendrá un maravilloso ecosistema, estoy segura, pero a ver quién es el valiente que embarca en algo desde este embarcadero… ¡¡yo no!! Y a ver quién es el valiente que mete su barco en todo ese lodo. Se acabaron los moliceiros…

Afortunadamente de vez en cuando tuve la oportunidad de escaparme de la abu-ría por calles y caminos rurales, con pueblitos, y detrás de las casas por fin se pierde de vista. El momento más bonito de la caminata del día 2 fue cuando me encontré con estos niños oxidados, niños fantasma,
camino a su guardería en ruinas.
Y en ese mismo momento pasó un chico montado a caballo, a pleno galope por la calle. Y todo me pareció maravilloso y lleno de historia y naturaleza y de cosas que pasaban.

Y esta pequeña yegua tan llena de energía seguro que nunca conoció a los niños fantasma cuando no eran fantasmas, porque es demasiado joven.
Y la ría sigue, al otro lado de las casas, y a la media hora te vuelves a encontrar con ella, regalándote la vista con más lodo, y aquí los atracaderos parecen más bien víctimas de un atraco.

Menos mal que encontré un estupendo bar estilo japonés, muy pijo (tuve que ir a peinarme para no desentonar), justo en la enfangada orilla, donde me tomé el Sumol de ananás más caro de toda la travesía, que bien mereció el dinero que pagué por él en ese entorno tan chic, que convertía los lodos en algo muy estiloso.

Pero ¿cómo acaba una ría?, os estaréis preguntando, porque me imagino que os estáis aburriendo de ella un poco ya. Pues así es como acaba una ría:
ignominiosamente (palabra del día), en un montoncito de barro y piedras y un desagüe echando porquería. ¡¡Por fin le he ganado a la ría!!
Y ahora puedo seguir por el carril bici. Voy muy bien por los carriles bici, son todavía mejores que el asfalto de carretera, es como si fuera sobre ruedas. Creo que en una vida anterior fui una bicicleta.
Y así seguí hasta la ciudad de Ovar (parece un pueblo pero es una ciudad, una ciudad pequeñita), donde a los habitantes yo les resultaba algo extraña, con mis bailecitos y mis autorretratos, solo les faltaba llamar a la policía, vamos. Una simpática vecina insistió en acompañarme a la puerta de mi hotel, pero estaba ya muuuuy cansada y alegrándome de que tenía piscina para después de la siesta.
Después de la pisci me di un bonito paseo por la ciudad, todo muerto un domingo por la tarde, claro, solo cuatro quinquis en las esquinas y yo, pero ahora con mi exposición a la vista tengo que concentrarme en dar paseos provechosos por las tardes y no perderme ninguna fotografía buena y representativa, hay que ver, parezco una fotógrafa. Abusando del teleobjetivo, aplastando las casas y los colores. Muy concentrada estoy, en eso. Espero no obsesionarme demasiado con ello en la última etapa en agosto.

Y Ovar es como un huevo de oro, un pequeño huevo fabergé en medio de Portugal, es bonito, me gustó.

Mañana más. Destino Espinho. ¡La costa!

domingo, 14 de julio de 2013

TRAVESÍA SUPERCONJUNTADA DE PORTUGAL, DECIMOSÉPTIMA ETAPA (II) Torreira


Llegué a Torreira intentando evitar unas extrañas acumulaciones de arena que son la prueba de algo que ya venía sospechando desde hace tiempo…. que ¡¡debajo de la carretera está la playa!!

Había oído que Torreira tenía una playa con mucho colorido y muchos pescadores. Pero nada más llegar te encuentras con esto:
y todo en la misma ría, no hace falta ni llegar a la playa. Es una concentración motera…. pero ¡de barcos!
Y luego ves unas casas muy particulares, pequeñísimas, enanas, hundidas en el suelo,
medio enterradas y sin embargo habitadas, bonitas, pintaditas…
¡Qué alegría! ¡Me voy a hacer una foto bailando con dos antenas saliéndome de la cabeza para celebrarlo!

(Y comeeeeer, y tomarme una cervezaaaaa…..)
Y mientras tanto, en Torreira, barcos sobre barcos. Justo cuando piensas que los has visto todos, aparece otra tanda que viene a toda velocidad a añadirse al montón que ya hay. Los moliceiros veleiros, por ejemplo.

Pero el resto de Torreira… no era así. Después de una siesta (ah, a que no sabíais esta fórmula… bueno, no creo que la sepáis, porque me la he inventado yo:

                               Fórmula zzz:   S(m) = km x 3

Donde S = siesta, o sea que la siesta que duermes en minutos es igual al número de kilómetros que has andado multiplicado por tres)

(pero es verdad)

Pues eso, después de la siesta convencí a mis piernas a acompañarme a descubrir el resto de Torreira. Que debía de ser interesantísimo, porque es el pueblo y porque tiene una magnífica playa que estará a tope de colores y de pescadores. Pues el resto de Torreira no tenía nada de lo que yo pensaba. Primero eran una burrada de kilómetros para cruzar todo el pueblo y llegar a la playa, tantos que se me puso el sol en el camino, y encima todo era feo y sosísimo, y ni un solo barco (ni color, ni pescador) en la playa, y descubrí que quitando la burbuja de alegría que es la ría Torreira es un sitio oscurísimo y terrible.
Si os digo que esta escena de los paños de cocina es la única que me ha inspirado para hacer una foto… os hacéis una idea. Vale, lo de “oscurísimo y terrible” es una exageración, pero ha sido mi primera impresión (y probablemente la última, jeje…).

Y todos esos kilómetros terminaban en una carpa municipal que contenía un conjunto grunge ensayando decibelios, que me lanzó a una distancia de varias manzanas con una fuerza de varias bombas de hidrógeno y me quitó totalmente las ganas de cenar en cualquier sitio que no fuera.... la ría, por lo lejos que estaba. Así que me fui corriendo (léase arrastrándome, pero un poco más rápido) al hotel, que tenía restaurante, y allí cené, en la caverna de la tercera edad con una cerveza caliente y las canciones de Nancy Sinatra en el hilo musical, pero era un restaurante, pude cenar, estaba salvada.

Pues nada, he sobrevivido otro durísimo día de la Travesía Superconjuntada.

La mañana siguiente… (continuará…)

martes, 9 de julio de 2013

TRAVESÍA SUPERCONJUNTADA DE PORTUGAL, DECIMOSÉPTIMA ETAPA (I) Día 1: Costa Nova – Torreira

¿Sabíais que el segundo faro más alto de Europa está en el pueblo de Barra, a 4 kilómetros de Costa Nova? Y ¿cuál es el más alto? me preguntaréis. Pues no lo sé, y no me importa, la verdad, porque con este tengo suficiente, si ni me cabe en la foto. El tercero más alto está en Chipiona, por cierto, pero eso no está en la ruta de mi travesía.
Costa Nova. Tiene casitas con rayas de colores, cuanto más primarios mejor. Se llaman “palheiros”. Algunas tienen patas, la mayoría ya no. El modelo original era de los pescadores de la zona, una pobre gente de vida dura y poquísimos recursos, pero ahora en Costa Nova cualquiera puede tener un palheiro (o alquilarlo). Hay algunos magníficos, otros espléndidos, otros grandiosos, se ve que Costa Nova es una versión fina y ordenada de Praia de Mira. Hay un palheiro antiguo y oscuro donde vivía José Estevão, el fundador del pueblo que digamos, y donde veraneaba el escritor Eça de Queiroz en el siglo diecinueve (y Costa Nova le encantó). Es su cachito de historia. Pero cuando yo llegué a Costa Nova solo me interesaba mi cerveza, refugiarme del sol y descansar las piernas.
Rayas, rayas… pero ¿qué rayas? ¡Si la gente se viste como las casas!
Y nada, ya de vuelta en 2013, salgo de Costa Nova y me pongo en el camino de nuevo. Y con fuerza en las piernas: he entrenado mucho este año. Si hasta me he aficionado al footing (con música, en el salón de mi casa, pero footing al fin y al cabo, por primera vez en mi vida).
Y empieza la Ría, la famosa ría, famosa por ser aburrida, aunque en este punto todavía no me he aburrido de ella. ¿Véis un larguísimo puente que hay al fondo? Pues crucé por ese puente, en una especie de jaula para peatones.
Luego me metí en esta otra jaula, porque en esta parte todo está dentro de jaulas o detrás de verjas y alambradas, es como si no se fiaran de los peatones. Bueno, en la jaula del puente nos meten con las bicis, que da lugar a unas feroces peleas por el territorio, ya que no cabemos los dos. En esta parte es más fácil, solo tienes que lidiar con el tráfico, que se suele mantener a raya.
Además por la parte de las verjas y enrejaos iba con prisa –el gran enemigo– porque tenía que coger un barco. ¿Un barco? Sí, porque es la única forma de salvar una pequeña extensión de agua que hay antes de llegar al pueblo de São Jacinto. ¿Y qué extensión de agua es esa? Pues es la Ría, la maldita Ría otra vez, que decide en ese punto que quiere salir un ratito al mar. Pero después sigue, claro…
 
Me instalé en el barco con los barqueros preguntándose quién sería la payasa que viene sin coche y luego corre por todo el barco haciéndose fotos y cuando se cansa se pone a escribir su diario en los rincones, pero la impaciencia me embarga en estas situaciones, el concepto de las esperas y el horario son antinaturales en mi travesía y me causan un poco de estrés.
5 minutos más tarde, el pueblo de São Jacinto y luego ¡la carretera de nuevo! ¡Eeeesto es lo que me gusta a míííí!

Pero después de ese grupo de interesantes árboles está… sí, lo habéis adivinado, ¡la ría! Y la ría es soporífera en este punto, mortalmente aburrida, aunque…
algo así como una vez cada 50 minutos, ¡¡¡pasa un barco!!!, y si el barco es tan divertido como este moliceiro lleno de gente de excursión es todo un acontecimiento.
 Pues nada, unas horas más de ría, y de repente ¡¡allí está!! Torreira a la vista!!

Y Torreira ¿cómo será? ¿Será como me la he imaginado?

Pues no exactamente, no exactamente…

¡Continuará!