Qué buen día. Bajo un sol resplandeciente entro en un café con una
chimenea crepitante (y un hombre silbante, puagh) para desayunar antes de
enfrentarme a Higuera de la Sierra-Aracena.
Después de unos veinte pasos
veo una verja abierta, y entro. ¿Qué es esto? ¡Ah! Es el cementerio. Bueno,
me gustan los cementerios, voy a hacerle una visita. Y me doy una vuelta a ver
qué se cuece en el Cementerio de Higuera de la Sierra.
Es un cementerio encantador, con aire, luz y vistas, y tiene muchos
nichos libres. Muchísimos, vamos, no sé porqué tiene tantos nichos libres pero
allí están, anunciándose, esperando al próximo inquilino.
Leo los años en las tumbas (hay algunas del siglo XIX) y doy un pequeño
saludo pensativo a Eleuterio, Petronila, Fructuoso, Leocadia, Librada,
Emeterio, Toribio, Donativa, Dulcenombre y todas esas personas que ya nadie se
llama como ellos.
Estoy inspirada. Salgo del cementerio y ¡consigo hacer una foto de
cerdos!
Sí, ¡por fin unos cerdos valientes, que no huyen! Aunque el dueño de los
cerdos me explica que en realidad han acudido porque se han creído que él les iba
a dar de comer, solo por eso, lo que me hace pensar que quizás la solución para
ser mejor fotógrafa porcina sea llevar una bolsa de bellotas a todas partes. Me
lo pensaré...
Después de mis éxitos con los cerdos salgo a la carretera. Veo que han
convertido la carretera vieja en un estupendo carril bici, de varios kilómetros
de largo. Bueno, es más bien un carril Pau en este caso, para uso exclusivo de
mi persona, así que empezamos bien.
Aunque la carretera en sí tampoco está nada mal para caminar.
Hago la parada del no-Sumol en Valdezufre, un tranquilo pueblecito con una
fuente donde intento apaciguar mi sed con agua fresquita (como se supone que
tienen que hacer los caminantes), pero que tiene un grifo antipersona que no se
le ocurre otra cosa mejor que tomar el agua fresquita y echármela por la falda,
la camiseta, la cara, el pelo y las gafas de sol y mandarme al bar chorreando
agua como una imbécil.
Valdezufre, pueblo limpio. Es la capital del Zotal.
Y ya sin mi carril unipersonal pero con una buena marcha sigo mi camino,
y al final de la mañana –que se me hace corta– compruebo que llevo la dirección
adecuada y que estoy llegando a Aracena.
Creo que está claro donde voy ¿verdad? A Portugal, pero primero a Aracena,
un pueblo que tiene cuevas, castillo, casino y el Museo del Jamón, un pueblo
donde puedes degustar setas y queso y comprar pastelillos en la Confitería
Rufino, un pueblo donde si talan un árbol para construir una casa tienen que plantar
dos más, para vengarlo. Eso me gusta. Pero habiendo todo eso y más solo
consigo, no sé cómo, meterme de lleno en toda la zona turística,
con un amplificado e indeseado cantante interpretando algo en inglés con acento
francés, los bares abarrotados y la boca de la cueva amenazando con engullirlos
a todos en cuanto terminen de comer.
Con el trenecito turístico calentando motores (aunque confieso que me
apetecía cogerlo, para poder ver el pueblo sin mover las piernas), veo souvenirs
infinitos
(y ya hay un abridor menos porque lo he comprado yo, jejeje), pero no puedo
pensar en coger trenecitos ahora porque todavía no me he tomado una cerveza,
que es la prioridad número uno. Rápidamente me cambio de barrio y encuentro esta plazuela con espacio y luz y casi nadie a mi alrededor. Esto era
lo que andaba buscando, qué tranquilidad...
Y de la placita me desplazo a la plaza del Casino, que ya tenía pensado
visitar: si Aracena es el plato fuerte de la caminata de hoy el Casino es el
plato fuerte de Aracena, y luego tengo que ver cuál es el plato fuerte del
Casino, porque aquí es donde voy a comer...
Casino de Arias Montano, Almacenes del Carmen. Por aquí venía hace 20
años y conservo un vago recuerdo de todo esto. Pero el Casino ha superado
todos mis recuerdos y todas mis expectativas.
Me siento pequeña y feliz acurrucada en un gran sillón, aquí puedo
disfrutar de un relativo silencio y soledad y unas puntillitas muy buenas.
Me quedaría toda la tarde escribiendo y dormitando si me dejaran pero no
puedo, tengo que coger un autobús. Volveré, juro que volveré.
Si los 365 km de esta travesía fueran los 365 días del año, Aracena sería
el 30 de marzo, pero me siento cerca de Portugal ya. Se nota que estamos en
otra provincia, hay otros árboles, otros productos, esto es la sierra. Las
cuestas, de momento, no han salido de los pueblos, en la carretera el desnivel es casi inexistente. Creo que Aracena es un
hito importante. Próxima parada: Galaroza, donde sí que hay agua.
Bar Los Pajaritos. Me encanta!
ResponderEliminarFeo
¡Qué buena vista tiene el Feo!
EliminarSí, el bar está muy bien pero ese hombre que no paraba de silbar... me cambié de sitio 4 veces y hasta me puse tapones y ni así dejaba de oírlo... si está ese me lo pensaré dos veces antes de volver.
Y en la foto 12, la de la gente en las terrazas, en la parte superior está el Yeti con gafas de sol. Que fuerte! Cuidado con él, que tiene malas pulgas (por falta de higiene, no por otra cosa)
ResponderEliminarSíiiii, me había fijado en él, aunque a primera vista pensé que era un humano que llevaba las gafas de sol al revés, o sea en la calva y no en los ojos, como mirando hacia atrás... luego que eran las gafas de la mujer que está en la mesa de al lado... pero ahora veo que es el Yeti, sí, habrá salido de las Cuevas quizás? :)
Eliminarjajaja, el Yeti, no me habia fijado en ese detalle.
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