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La Travesía

martes, 19 de diciembre de 2017

BARRANCOS-AMARELEJA. DÍA 12 SEVILLA-LISBOA 365 KM

1 de diciembre. Día 0: Suena el pistoletazo de salida (no literalmente, que no estoy para sustos de ese tipo) para la etapa nº 11. Voy en el primer BlaBlaCar de mi vida (estupenda experiencia) al pueblo de Encinasola, un poco conocido reducto de cuernos, cazadores y contrabandistas históricos, a pocos kilómetros de Barrancos y bien posicionado para dar el salto al país vecino.
A la mañana siguiente desayuno en el bar del hotel, que tiene tal densidad de clientes a esa hora que parece la cafetería de la gasolinera cuando paran seis autobuses al mismo tiempo, solo que todos están vestidos de kaki y llevan escopeta, y me preguntan si yo también voy a cazar. “¿Yo? ¿A matar animales, ¿qué se han creído? No, pobres animales, yo me voy a Barrancos a caminar,” digo, y el camarero me cuenta que casualmente la otra mitad del pueblo también va a Barrancos a caminar, de hecho va tanta gente que han fletado un autobús. Pero su ruta habrá sido otra, porque no me encontré con ellos en ningún momento y también es lógico que no tuvieran la intención de echarse a la carretera Barrancos-Amareleja, que tiene 26 kilómetros y… nada, son 26 kilómetros aparentemente sin nada, ni un pueblo, ni un bar… el Alentejo profundo, la etapa más imponente de toda esta travesía quizás, una auténtica prueba de superación personal en todo caso.
Además hace un frío de tres pares de narices.
Pero haré de tripas corazón, de tripas congeladas corazón empanado, o algo así, porque he entrenado para esto, tengo muchas ganas de hacerlo y además estoy de muy buen humor.
Es verdad que voy cargada como una

burra, porque llevo un ingenioso sistema de capas para defenderme del frío y sobre todo del calor, que me gusta menos, y a las 8 de la mañana llevo puesta toda la ropa – dos chaquetas, dos camisetas y hasta dos faldas – y como siempre todo está pensado para que pese lo menos posible. Las capas de ropa pesan poco y las capas de aire menos todavía. Llevo exactamente 3,8 kilos (más agua) (más Sumol), así que voy bien. Voy como siempre, vamos. À minha maneira. Disparatada pero práctica al mismo tiempo.
Un camino rural con vistas espectaculares es mi primer contacto con la ruta por el Alentejo profundo. Me gusta todo en ese camino rural, excepto dos cosas: 1. que es casi todo cuesta arriba y 2. que voy pisando escarcha.
Pero a los dos kilómetros ambos problemas se desvanecen y llego a la carretera propiamente dicha,
que como veis es poco más que un sendero más o menos ancho y con una capita de asfalto para que me sea más fácil caminar. El sonido de los pájaros… los coches pasando a un ritmo de uno cada 10 minutos… una luz preciosa… tiene mucho encanto.
Definitivamente, hay carreteras que no son carreteras.
Y como hay granjas jalonando el camino de principio a fin, también tengo la compañía de muchos animales, cosa que me divierte bastante. He comprobado que los burros son simpáticos, las vacas y los caballos curiosos y los cerdos miedicas igual que en España. Me encanta andar con esta bonita luz, oyendo mis propios pasos y el sonido de un cencerro… (no me seáis malpensados, que yo no llevo el cencerro!).
En el Alentejo interior hay poca densidad de personas, no así de animales. De hecho se ve de este cartel que es un auténtico “aparcamiento de ganado”. En este campo en concreto caben 10 bovinos y 87 ovinos.
Y dos horas y media después de salir de Barrancos, aquí en este paraje donde había un silencio denso (cuando paras dejas de oír tus pasos y hay demasiado silencio quizás), sentada en equilibrio sobre un estratégicamente situado mojón kilométrico, hice la parada del Sumol. Sin bares, sin cafés como en todas las largas carreteras alentejanas, que sube el nivel del reto todavía más… pero cumplí con el rito. Habrá otras paradas del Sumol más abrigadas y con más comodidades… pero nunca tan silenciosas como esta.
Por mucho que hayas entrenado, caminar 26 kilómetros supone un cierto dolor en las piernas. Creo que a partir de los 15 kilómetros más o menos es algo que llevas contigo. Pero es asumible. Por la tarde no te puedes ni mover, pero he comprobado que sigo estando como una rosa la mañana siguiente, lista para seguir caminando, y eso es bueno. Es verdad que han pasado unos cuantos años desde que empecé a hacer estas cosas (más de 7 desde mi primer paso en Vila Real de Santo Antonio), que salgo algo peor en las selfies y que tengo una relación diferente ahora con el frío y el calor, pero la ilusión y la capacidad de conseguir lo que me propongo parece que siguen intactas. Es parte de mí y me hace feliz. Si en mi mano está creo que haré esto toda la vida.
Con gran alegría (aunque sin dar saltitos, por razones obvias) por fin veo Amareleja en el horizonte. En Amareleja, 1. me pierdo (será pequeña pero es una auténtica ratonera), 2. como y bebo y bebo y como, y 3. cojo un autobús a Mourão, que es donde tengo que dormir, ya que tiene hotel y aquí no hay (con lo que me hubiera gustado desplomarme nada más terminar la segunda cerveza en una cama fofita en el Sheraton Amareleja… pero no, no existe. Ni siquiera una pensión de mala muerte…).

Amareleja es un sitio raro. Pero raro, raro. Tiene todos los récords. Amareleja se merece un capítulo aparte, así que… volveré en unos días con una descripción. ¡Hasta muy pronto!

2 comentarios:

  1. Me encantan tus post sobre travesías caminando.
    Un abrazo y feliz 2018.

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    1. Hola Dragonfly, me alegro de verte por aquí! Igualmente, que 2018 sea tu mejor año nunca :D

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