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La Travesía

sábado, 1 de diciembre de 2018

MONTEMOR-O-NOVO - VENDAS NOVAS. DÍA 20 SEVILLA-LISBOA 365 KM


Montemor-o-Novo tenía un hotel. Un solo hotel, y lo cerraron de repente pocas semanas antes de mi llegada. Ahora lo venden por un millón y medio de euros y yo me he tenido que ir a una pensión. Teniendo en cuenta mi afición a los buenos hoteles lo considero un gran acto de valentía por mi parte… pero al final la pensión era estupenda. Muy céntrica y la habitación muy grande con su cuarto de baño, todo muy limpio y luminoso, ¿se puede pedir más, si me han vetado el hotel? Pues no. Como se ve en la foto, tenía su encanto, sus azulejos y sus flores de plástico, que no pueden faltar. Está bien atreverse y reencontrarse con estas cosas de vez en cuando.
Así que allá voy yo, Día 3, la última de la etapa. La maldita ola de calor sigue y hoy también salgo a las 7.30 de la mañana. Es domingo, cero tráfico, cero bulla, 100% quietud y silencio. Amo el silencio de los días de fiesta.
A pesar de algo de agujetas en las piernas – no por mi travesía sino por haber tenido la brillante idea de subir al castillo ayer por la temible Rua Quebracostas – salgo a la carretera feliz y dispuesta, dispuesta a recorrer los casi 23 kilómetros que unen Montemor con Vendas Novas.
Hitos en el camino: una buena colección de coches sesenteros y otro buen ejemplar de casa de cantoneiros, de las que hablé en el último post.
Y… después de los cerdos, las ovejas, los burros y las ranas… ¡los pavos! Este grupo era muy curioso y muy locuaz, y se nota quién es el líder. Lo gracioso es que un par de kilómetros más adelante había otro grupo de pavos y al pararme a escuchar lo que decían me di cuenta de que hablaban diferente de los primeros. No sabía que los pavos tenían acento regional, pero muy bien puede ser así.
He hecho la parada del Sumol en el pueblecito de Silveiras, donde también había bares para dar y tomar,
y ya en la carretera de nuevo. Me encanta la carretera, aunque la verdad es que gran parte de este día 20 de la travesía Sevilla-Lisboa ha sido una cuesta al sol seguida por otra cuesta al sol seguida por otra cuesta al sol… y otra… y (no fastidies) otra…. y en ese aspecto ha sido poco menos que una pesadilla. Pero me alegra saber que he estado a la altura. Una realmente ve de qué es capaz en estas situaciones. Ahora, algún tiempo después, no me acuerdo de nada de eso y me quedo con todo lo bueno.
Siguiendo por mis cálidos caminos asfaltados he pasado por delante de esta cruz de piedra, en la que apenas te fijarías si viajaras en coche. Me llamó la atención y me acerqué para saber de qué se trataba. En ella leí la siguiente inscripción:

EM MEMÓRIA DO ENGENHEIRO
DUARTE PACHECO
MINISTRO DAS OBRAS PÚBLICAS E COMUNICAÇÕES
E DO SEU COLABORADOR
ENG. SILVICULTOR JORGE G DE AMORIM
FALECIDOS POR ACIDENTE OCORRIDO NESTE LOCAL
15 DE NOVEMBRO DE 1943

Un poco más adelante, veo que continúa la sutil estela de muerte y destrucción en la que no te fijarías si no fueras a pie, porque a 5 kilómetros de Vendas Novas me encuentro con este pequeño regalo. Un fascinante hallazgo para cualquier amigo de lo abandonado. Es lo que queda de la original “Aldeia da Rádio Marconi”, un complejo construido en los años 40 alrededor de la torre receptora de la central telegráfica. Fue una importante estación de comunicaciones internacionales, pero se abandonó definitivamente en 2013 después de agonizar durante años, años en que las nuevas tecnologías poco a poco lo volvieron obsoleta. El complejo también tiene una pequeña iglesia de arquitectura única con una vidriera diseñada por el pintor modernista Almada Negreiros. Y hoy tiene este bello y triste aspecto, invadida por las plantas y recordándonos un “bravo nuevo mundo” que ya no existe.
La Câmara Municipal no tiene dinero para comprarlo y esperan la llegada de un inversor privado que quizás lo convierta en un núcleo de turismo rural. O quizás nunca llegue. Para mí ha sido una sorpresa encontrarme con este pueblo fantasma tan bella y sugerente cerca del final de mi camino.
(foto de Restos de Colecção, con más información sobre la historia de las empresas de telegrafía en Portugal. Más info sobre la Aldeia Marconi aquí (este tiene un pequeño vídeo sobre el pasado y el futuro del complejo).
Unos 6.000 pasos más tarde por fin llego a Vendas Novas, exhausta y acalorada y…
¡solucionado!
Lo primero con que te encuentras cuando llegas a Vendas Novas es un cañón apuntándote a los morros, pero resulta que Vendas Novas es sede de un importante Regimento de Artilheria (estaban al lado de mi hotel, siempre había uno haciendo guardia día y noche en una garita en el callejón. Ver pasar a algún cliente del hotel debía de ser lo único interesante que les pasaba en todas esas horas de guardia, pobres chicos) y un gran museo militar.
Afortunadamente y a pesar de la bienvenida poco amable del cañón y el triste espectáculo militar, el hotel tenía todo lo necesario para acabar con la sed, el calor y el cansancio.
Aparte de sus cañones callejeros Vendas Novas también es famoso en Portugal por ser la cuna de la bifana, ¿la cuna de qué?, de la bifana, un típico bocado portugués aproximadamente equivalente a un pepito de lomo muy tierno y muy bueno cuando se sirve a la temperatura justa (ver la representación de su sabor al lado de la foto, me encanta tener estas experiencias sinestésicas. Solo pasan con algunas comidas pero pasó con mi bifana. El sabor es como la ilustración, solo que un poco más oscuro y con muchas pizquitas flotando y es ingrávido, es un sabor ingrávido que no es visual sino que está dentro de ti y es como si volaras en un globo transparente y marrón oscuro con pizquitas.)
No sé si las bifanas son una atracción turística o no, pero sé que arrasan entre la población local, al menos un domingo a finales de septiembre. Las horas de las comidas son tremendamente bullangueras en Vendas Novas y el Café Boavista, donde supuestamente ponen las mejores bifanas de Portugal, estaba hasta las trancas de gente gritando, igual que casi todos los otros bares y restaurantes, así que fui a tener mi experiencia sabrosa e ingrávida en un sitio mucho más tranquilo:
la Pastelería Princesa. Muy recomendable.
Esto que sale en la pantalla de mi móvil parece mentira, pero no lo es. Hice la insólita cantidad de 45.000 pasos en un solo día, entre la caminata en sí y todos los kilómetros añadidos que me supuso ver la ciudad y la búsqueda de un restaurante donde no me reventaran los tímpanos. Es algo así como 38 kilómetros. ¡Creo que el descanso antes de seguir para Lisboa me lo tengo bien merecido! 


viernes, 9 de noviembre de 2018

SÃO SEBASTIÃO DA GIESTEIRA – MONTEMOR-O-NOVO. DÍA 19 SEVILLA-LISBOA 365 KM

Ha sido uno de los días más bonitos de toda la travesía, un reencuentro espectacular con el medio rural.
São Sebastião da Giesteira. Un pueblo con unos pocos cientos de habitantes, 4 bares, algunas ovejas y mucho encanto.
En mi casita blanca y azul me levanté a las 6.30 (hora portuguesa) para desayunar el buenísimo pan de pueblo y poder aprovechar el fresquito de la mañana e intentar esquivar el infierno que se prometía para unas horas más tarde.
A esta hora tan temprana tienes unas contraluces magníficas para fotografiar y no estás solo: salen todos los señores mayores del pueblo a pasear a esta hora y te saludan.
Y los 16 km entre São Sebastião da Giesteira y Montemor-o-Novo han sido tranquilos pero espectaculares. Pura naturaleza, a través de campos sin un alma con ovejas pastando, el sonido de la brisa en los árboles, albero, cielo azul, alcornoques numerados…
¿Alcornoques numerados?
Pues sí, estos bosques de ochos, seises, cincos y cuatros tienen su explicación en que se marca cada árbol con el último dígito del año de la saca de la corteza más reciente. Yo no sabía eso cuando paseaba entre ellos, simplemente me parecía un código secreto, que cada árbol pertenecía a un grupo y ellos sabrían por qué. Con algo en común que no me querían decir. Grupos de amigos simplemente, quizás.
Kilómetros y kilómetros como si fueran una sonrisa, qué tranquilidad y bienestar.
Dos horas más tarde salí de mi baño de naturaleza para poner los pies en el primer trozo de carretera del día,
que también me gusta, claro. Apacible y quieto, sin coches, muchas casitas e incluso muchos bares donde hacer la parada del Sumol (había cuatro, aunque yo solo necesito uno).
Al acercarte a Montemor vas viendo las impresionantes ruinas del castillo cada vez más de cerca y sabes que estás en el buen camino.
Y aunque en los últimos kilómetros hay algún trecho de densa e impenetrable jungla (sin leones, eso sí, solo me he encontrado con leones en Las Pajanosas), se llega fácilmente a la ciudad y la ciudad también sigue la onda positiva porque es una joya sin descubrir, impresionante.
Montemor-o-Novo (más bien viejo). Un espectáculo abandonado, ruinas cautivadoras. Son los restos de una ciudad que existió en el siglo XIX, en los 30, los 40, los 50, los 60, todo superpuesto. Tristemente, como muchos lugares en el Alentejo interior ha sufrido la despoblación: por todo el centro hay carteles de SE VENDE y lo que se vende no son casitas humildes como en Amareleja sino casas buenas, grandes, antiguas, incluso señoriales, palacetes. Una y otra y otra y otra, me parte el corazón ver tantas casas históricas que se caen a pedazos.
Sobrecogen las cifras: en el año 1950 Montemor y su municipio tenían más del doble de habitantes que ahora. Ahora ha vuelto a los niveles de población que tenía en el año 1900. Pero con solo un tercio del número de niños y jóvenes que tenía en esa época y casi ocho veces más personas de más de 65 años. Que básicamente refleja lo que está pasando en todo el Alentejo interior.
Y el paseo por el centro tiene muerte y decadencia pero también vida y belleza. Tiene de todo. Es una ciudad fascinante.
Y luego hay el castillo. Mi idea era llegar y fotografiarlo justo en el momento de ponerse el sol, y así ha sido.
Ya había visto fotos del castillo y para mí era como Guernica, el hermano menor de Guernica o algo así, aunque en este caso el bombardeo solo ha sido del tiempo y el resultado final es un panorama impresionante, suave y pacífico, no aterrador.
Y termina el día y también aquí en Montemor todo termina en gato.

viernes, 26 de octubre de 2018

ÉVORA – SÃO SEBASTIÃO DA GIESTEIRA. DÍA 18 SEVILLA-LISBOA 365 KM

Évora. El Hotel Solar de Monfalim, un hotel muy bonito en un palacete del siglo XVI, que me ha parecido una buena base para empezar la aventura.

Évora, una ciudad con una gran concentración de cráneos, arracimados en las paredes de la famosa Capela dos Ossos,
donde no fui (aquí he colado una foto de otro viaje). Esta vez iba en busca de aire y luz y lo último que me apetecía era meterme en un antro oscuro con las paredes empapeladas de cráneos humanos.
Llegué en este autobús, una reliquia de los años ¿ochenta? que tarda exactamente 2 horas en cubrir los 85 kilómetros que hay entre Elvas y Évora. Durante el traqueteo te das cuenta de que donde tendrían que estar los botones del aire acondicionado solo hay unas arcaicas redes de pesca para atrapar equipajes. Pero con los 40º de calor vas muy tranquilo, eso sí, no hay otros pasajeros porque nadie quiere exponerse a esas condiciones. Pensaba que era la única a bordo hasta que vi que había alguien postrado en el último asiento (se le ve en la foto), no sé si durmiendo o muerto por un golpe de calor. Pero yo ya no me tengo que preocupar por ese autobús porque no lo volveré a coger, jamás lo volveré a coger. Cuando vuelva a Portugal para seguir con la caminata en noviembre iré por Faro y me da igual que sea más largo y que tenga que hacer noche. Definitivamente, la mejor forma de llegar a Lisboa es andando. Solo andando.
Évora es fotogénica. Tendrá 5,000 calaveras en la Capela pero tiene diez veces más cabezas vivas, es una ciudad con mucha vida. Estudiantil, teatral, comercial, de todo.
Es una buena ciudad para pasear y ver tiendecitas. Tiene una bonita luz al final del día.
Lo que me da un poco de mal rollo (no tengo foto) es que en esta época del año (y en muchas más, porque es algo que dura meses, por lo visto), al caer la noche se ven muchos estudiantes por la calle, los más veteranos vestidos de capa con diferentes adornos y sometiendo a los más novatos a Dios sabe qué sinsabores y humillaciones, son los rituales de praxe o novatadas. En este caso los llevaban en ristra cada uno con la mano en el hombro del que iba delante, como ciegos, y así iban por la ciudad en lo que parecía una broma sin alegría (sin risas, sin selfies, no sé). Estudiando el tema un poco, veo que no es del todo malo: normalmente todo lo contrario. También sirve para divertirse (todos, no solo los veteranos), hacer amistades y conocer las tradiciones universitarias. Tiene mala prensa. Yo no sé y no puedo decir nada. Me sigue dando mal rollo. Pero bueno, esto es Évora, una ciudad con una gran tradición universitaria.
Dejé que se me hiciera de noche haciendo fotos a la ciudad…
Y al día siguiente…. ¡Día 1! O el día 18 de la travesía, en total. Sale el sol y salgo yo. Es tan temprano que está casi todo cerrado. Me paro donde puedo y me tomo el peor desayuno de mi vida, hmmm, interesante, y rápidamente llego a la muralla que marca los confines de la ciudad.
Adiós Évora. Évora tendrá todas las casas blancas que quieras, pero Évora para mi es y siempre ha sido del color de una calavera bruñida.
Me enfrento a 2,83 kilómetros de ranas, pero aguantaré.
La carretera es larga y he pillado una inoportuna ola de calor otoñal dispuesta a fastidiarme el viaje: ya a las 9.30 de la mañana hay un sol de justicia. Para caminar con más de 30º no hacía falta esperar a los últimos días de septiembre, podía haber venido en agosto. Creo que entre una cosa y otra el día 18 ha sido un día duro, uno de los más duros de toda la travesía mismamente, aunque para mí estar en la carretera siempre me hace feliz, porque sé que cada paso es único e irrepetible y que estoy creando muy buenos recuerdos. Duro sí, penoso nunca, merece la pena siempre.
Esta abandonada y vandalizada “casa de cantoneiros” significa que es el momento de coger la carretera más pequeña que me llevará al pueblo de São Sebastião da Giesteira. Las casas de cantoneiros eran donde los trabajadores que construían y reparaban las vías guardaban sus herramientas, bonitas y típicos edificios que ahora se caen a pedazos. Las más antiguas se construyeron en el siglo XIX, la mayoría en los años centrales del XX. Muchas veces llevan los kilómetros a los próximos destinos pintados en el flanco (o en forma de azulejos) para orientarnos a los viajeros pausados como yo, los que podemos parar un rato para ver bien las cosas. Todavía quedan muchas casas de cantoneiros en el Algarve y en el Alentejo, la mayoría abandonadas, algunas, las más afortunadas, compradas al Estado y habitadas. Pero esta no. Total, que estamos en medio de la nada…
Esto sí que es antiguo… ni se sabe cuánto…. unas 5,000 primaveras tendrán como mínimo estos dólmenes, cerca ya de São Sebastião. Recalentados, apiñados, medio caídos y rodeados de una valla prohibiendo el paso, con una historia larga y tranquila detrás. Por lo visto hay cientos en el Alentejo, sobre todo en esta parte, así que me alegro de poder añadir unas “antas” a mi lista de cosas vistas.

Finalmente, y ya era hora, me encuentro en un bar tomándome una cerveza,
acalorada y exhausta pero ya en mi destino, el pueblo de São Sebastião da Gisteira.
En una casita rodeada de ovejas tranquilas y gatos mimosos. Los dueños de la casa también lo son del bar, así que nos hemos encontrado en seguida. Creo que he recalado en un buen destino.