Montemor-o-Novo
tenía un hotel. Un solo hotel, y lo cerraron de repente pocas semanas antes de
mi llegada. Ahora lo venden por un millón y medio de euros y yo me he tenido
que ir a una pensión. Teniendo en cuenta mi afición a los buenos hoteles lo
considero un gran acto de valentía por mi parte… pero al final la pensión era
estupenda. Muy céntrica y la habitación muy grande con su cuarto de baño, todo
muy limpio y luminoso, ¿se puede pedir más, si me han vetado el hotel? Pues no.
Como se ve en la foto, tenía su encanto, sus azulejos y sus flores de plástico,
que no pueden faltar. Está bien atreverse y reencontrarse con estas cosas de
vez en cuando.
Así
que allá voy yo, Día 3, la última de la etapa. La maldita ola de calor sigue y
hoy también salgo a las 7.30 de la mañana. Es domingo, cero tráfico, cero
bulla, 100% quietud y silencio. Amo el silencio de los días de fiesta.
A
pesar de algo de agujetas en las piernas – no por mi travesía sino por haber
tenido la brillante idea de subir al castillo ayer por la temible Rua
Quebracostas – salgo a la carretera feliz y dispuesta, dispuesta a recorrer los
casi 23 kilómetros que unen Montemor con Vendas Novas.
Hitos
en el camino: una buena colección de coches sesenteros y otro buen ejemplar de
casa de cantoneiros, de las que hablé en el último post.
Y…
después de los cerdos, las ovejas, los burros y las ranas… ¡los pavos! Este
grupo era muy curioso y muy locuaz, y se nota quién es el líder. Lo gracioso es
que un par de kilómetros más adelante había otro grupo de pavos y al pararme a
escuchar lo que decían me di cuenta de que hablaban
diferente de los primeros. No sabía que los pavos tenían acento regional, pero muy
bien puede ser así.
He
hecho la parada del Sumol en el pueblecito de Silveiras, donde también había
bares para dar y tomar,
y ya
en la carretera de nuevo. Me encanta la carretera, aunque la verdad es que gran
parte de este día 20 de la travesía Sevilla-Lisboa ha sido una cuesta al sol
seguida por otra cuesta al sol seguida por otra cuesta al sol… y otra… y (no
fastidies) otra…. y en ese aspecto ha sido poco menos que una pesadilla. Pero me
alegra saber que he estado a la altura. Una realmente ve de qué es capaz en
estas situaciones. Ahora, algún tiempo después, no me acuerdo de nada de eso y
me quedo con todo lo bueno.
Siguiendo
por mis cálidos caminos asfaltados he pasado por delante de esta cruz de
piedra, en la que apenas te fijarías si viajaras en coche. Me llamó la atención
y me acerqué para saber de qué se trataba. En ella leí la siguiente
inscripción:
EM MEMÓRIA DO ENGENHEIRO
DUARTE PACHECO
MINISTRO DAS OBRAS PÚBLICAS E
COMUNICAÇÕES
E DO SEU COLABORADOR
ENG. SILVICULTOR JORGE G DE
AMORIM
FALECIDOS POR ACIDENTE OCORRIDO
NESTE LOCAL
15 DE NOVEMBRO DE 1943
Un
poco más adelante, veo que continúa la sutil estela de muerte y destrucción en
la que no te fijarías si no fueras a pie, porque a 5 kilómetros de Vendas Novas
me encuentro con este pequeño regalo. Un fascinante hallazgo para cualquier
amigo de lo abandonado. Es lo que queda de la original “Aldeia da Rádio Marconi”,
un complejo construido en los años 40 alrededor de la torre receptora de la
central telegráfica. Fue una importante estación de comunicaciones
internacionales, pero se abandonó definitivamente en 2013 después de agonizar
durante años, años en que las nuevas tecnologías poco a poco lo volvieron
obsoleta. El complejo también tiene una pequeña iglesia de arquitectura única con
una vidriera diseñada por el pintor modernista Almada Negreiros. Y hoy tiene
este bello y triste aspecto, invadida por las plantas y recordándonos un “bravo
nuevo mundo” que ya no existe.
La
Câmara Municipal no tiene dinero para comprarlo y esperan la llegada de un
inversor privado que quizás lo convierta en un núcleo de turismo rural. O
quizás nunca llegue. Para mí ha sido una sorpresa encontrarme con este pueblo
fantasma tan bella y sugerente cerca del final de mi camino.
(foto
de Restos de Colecção, con
más información sobre la historia de las empresas de telegrafía en Portugal.
Más info sobre la Aldeia Marconi aquí (este
tiene un pequeño vídeo sobre el pasado y el futuro del complejo).
Unos
6.000 pasos más tarde por fin llego a Vendas Novas, exhausta y acalorada y…
¡solucionado!
Lo
primero con que te encuentras cuando llegas a Vendas Novas es un cañón
apuntándote a los morros, pero resulta que Vendas Novas es sede de un
importante Regimento de Artilheria (estaban al lado de mi hotel, siempre había
uno haciendo guardia día y noche en una garita en el callejón. Ver pasar a algún
cliente del hotel debía de ser lo único interesante que les pasaba en todas
esas horas de guardia, pobres chicos) y un gran museo militar.
Afortunadamente
y a pesar de la bienvenida poco amable del cañón y el triste espectáculo
militar, el hotel tenía todo lo necesario para acabar con la sed, el calor y el
cansancio.
Aparte
de sus cañones callejeros Vendas Novas también es famoso en Portugal por ser la
cuna de la bifana, ¿la cuna de qué?, de la bifana, un típico bocado portugués
aproximadamente equivalente a un pepito de lomo muy tierno y muy bueno cuando
se sirve a la temperatura justa (ver la representación de su sabor al lado de
la foto, me encanta tener estas experiencias sinestésicas. Solo pasan con
algunas comidas pero pasó con mi bifana. El sabor es como la ilustración, solo
que un poco más oscuro y con muchas pizquitas flotando y es ingrávido, es un
sabor ingrávido que no es visual sino que está dentro de ti y es como si
volaras en un globo transparente y marrón oscuro con pizquitas.)
No sé
si las bifanas son una atracción turística o no, pero sé que arrasan entre la
población local, al menos un domingo a finales de septiembre. Las horas de las
comidas son tremendamente bullangueras en Vendas Novas y el Café Boavista,
donde supuestamente ponen las mejores bifanas de Portugal, estaba hasta las
trancas de gente gritando, igual que casi todos los otros bares y restaurantes, así
que fui a tener mi experiencia sabrosa e ingrávida en un sitio mucho más
tranquilo:
la
Pastelería Princesa. Muy recomendable.
Esto que
sale en la pantalla de mi móvil parece mentira, pero no lo es. Hice la insólita
cantidad de 45.000 pasos en un solo día, entre la caminata en sí y todos los
kilómetros añadidos que me supuso ver la ciudad y la búsqueda de un restaurante donde no me reventaran
los tímpanos. Es algo así como 38 kilómetros. ¡Creo que el descanso antes de
seguir para Lisboa me lo tengo bien merecido!