empecé a caminar con mi alegre chalequito amarillo puesto ahora sí ahora no
y con la meta, Évora, a 17 kilómetros y medio, una estupenda distancia. Llevaba los cascos (sin música) para protegerme los oídos contra el vendaval,
y este
extraño atuendo para protegerme de la lluvia, ya que el paraguas no servía de
nada por lo del viento. Qué bonito era caminar viendo gotas de lluvia delante
de mis ojos, impresas sobre el paisaje, y cómo me entretengo con estas cosas.
La
lluvia duró poco y dejó la campiña lavada, saturada, y el cielo con mucha
personalidad, las condiciones perfectas para ir fotografiando mi destino cada
vez más de cerca.
La
verdad es que la llegada a Évora ha sido espectacular.
Y con todos
los mapitas volando por la pantalla de mi teléfono móvil (en vez de volando por
los aires con el viento) ni siquiera me he perdido al entrar en la ciudad, un
avance tecnológico que ni me había imaginado hace tan solo 5 años cuando hice
la Travesía Superconjuntada. Por no hablar de poder escuchar toda la música y
cotillear con mis amigos por whatsapp y mandarles fotos mientras camino, junto
con mi ubicación para que me espíen. Vamos avanzando. Me encanta.
Pues
nada, que llegué a Évora…
… y fácilmente
conseguí quedar con Pepe en la Praça do Giraldo, donde nos tomamos unas
cervezas en el histórico Café Arcada.
Y resulta
que en ese café (y es ahora que empezamos a retroceder en el tiempo hasta los
años ochenta… redoble de tambores…) se produjo el no-encuentro del siglo. El ¿qué?
Pues que un amigo mío de toda la vida también estaba (como supe después) en ese
preciso momento en la Praça do Giraldo y también se estaba tomando unas cervezas
en el Café Arcada y tuvimos la impresionante puntería de no vernos, no sé cómo.
Será porque ellos se quedaron a comer en el Café Arcada y nosotros decidimos renunciar
a las arcadas y cambiarnos de bar. Comimos estupendamente (y por lo
visto ellos también) pero no llegamos a ver a mi amigo, con el que debimos
cruzarnos en algún momento.
Edi es
un amigo muy antiguo, prácticamente mi primer amigo en España, nos conocimos en
1983 (aquí salimos en una foto ochentera, ayys qué guapos y modernos somos, lo
que llevo en la cabeza es mi pelo, por si estabais dudando). En realidad no se
llama así, lo de “Eddy” fue un nombre que le pusimos mi amiga Susana y yo para
hacernos las graciosas y ponerle nombre de gángster o mafioso que no le pegaba ni
con cola, y con ese nombre se quedó para siempre, para nosotras al menos. Y él
simboliza para mí todo lo genial que fue esa época en Salamanca, todo lo que
nos reímos, todo lo que vivimos, y ahora le puedo saludar por el Facebook pero
me habría gustado encontrarme con él en Évora.
Y bueno,
así fuera de contexto y siendo él una persona discreta es posible que yo no le
viera a él. Pero me pregunto cómo demonios él no me vio a mí, si estuve media
hora subiéndome a cada chirimbolo que encontrara en la plaza y dando gritos y saltos
y agitando los brazos para la foto como si hubiera ganado una medalla olímpica.
Y no, ni así. Incluso estando acostumbrado a verme subida como una cabra a cualquier
estructura en cualquier parte (como se puede apreciar de esta otra foto de
época donde salimos los dos)...
Bueno,
la próxima vez sí nos veremos ¿no, Ed?
Me
quedan ya solo 2 etapas para llegar a Lisboa y la próxima es muy próxima (en
cuanto bajemos de estos malditos 38º de calor que tenemos…). De Évora a São Sebastião
da Giesteira y de allí a Montemor-o-Novo y luego a Vendas Novas, que entre
otras cosas es donde se inventó la bifana :D