..............................................Ahora Antiarrugas está aquí. Los posts más antiguos (2003-2012) están en antiarrugas.blogspot.com


La Travesía

martes, 19 de diciembre de 2017

BARRANCOS-AMARELEJA. DÍA 12 SEVILLA-LISBOA 365 KM

1 de diciembre. Día 0: Suena el pistoletazo de salida (no literalmente, que no estoy para sustos de ese tipo) para la etapa nº 11. Voy en el primer BlaBlaCar de mi vida (estupenda experiencia) al pueblo de Encinasola, un poco conocido reducto de cuernos, cazadores y contrabandistas históricos, a pocos kilómetros de Barrancos y bien posicionado para dar el salto al país vecino.
A la mañana siguiente desayuno en el bar del hotel, que tiene tal densidad de clientes a esa hora que parece la cafetería de la gasolinera cuando paran seis autobuses al mismo tiempo, solo que todos están vestidos de kaki y llevan escopeta, y me preguntan si yo también voy a cazar. “¿Yo? ¿A matar animales, ¿qué se han creído? No, pobres animales, yo me voy a Barrancos a caminar,” digo, y el camarero me cuenta que casualmente la otra mitad del pueblo también va a Barrancos a caminar, de hecho va tanta gente que han fletado un autobús. Pero su ruta habrá sido otra, porque no me encontré con ellos en ningún momento y también es lógico que no tuvieran la intención de echarse a la carretera Barrancos-Amareleja, que tiene 26 kilómetros y… nada, son 26 kilómetros aparentemente sin nada, ni un pueblo, ni un bar… el Alentejo profundo, la etapa más imponente de toda esta travesía quizás, una auténtica prueba de superación personal en todo caso.
Además hace un frío de tres pares de narices.
Pero haré de tripas corazón, de tripas congeladas corazón empanado, o algo así, porque he entrenado para esto, tengo muchas ganas de hacerlo y además estoy de muy buen humor.
Es verdad que voy cargada como una

burra, porque llevo un ingenioso sistema de capas para defenderme del frío y sobre todo del calor, que me gusta menos, y a las 8 de la mañana llevo puesta toda la ropa – dos chaquetas, dos camisetas y hasta dos faldas – y como siempre todo está pensado para que pese lo menos posible. Las capas de ropa pesan poco y las capas de aire menos todavía. Llevo exactamente 3,8 kilos (más agua) (más Sumol), así que voy bien. Voy como siempre, vamos. À minha maneira. Disparatada pero práctica al mismo tiempo.
Un camino rural con vistas espectaculares es mi primer contacto con la ruta por el Alentejo profundo. Me gusta todo en ese camino rural, excepto dos cosas: 1. que es casi todo cuesta arriba y 2. que voy pisando escarcha.
Pero a los dos kilómetros ambos problemas se desvanecen y llego a la carretera propiamente dicha,
que como veis es poco más que un sendero más o menos ancho y con una capita de asfalto para que me sea más fácil caminar. El sonido de los pájaros… los coches pasando a un ritmo de uno cada 10 minutos… una luz preciosa… tiene mucho encanto.
Definitivamente, hay carreteras que no son carreteras.
Y como hay granjas jalonando el camino de principio a fin, también tengo la compañía de muchos animales, cosa que me divierte bastante. He comprobado que los burros son simpáticos, las vacas y los caballos curiosos y los cerdos miedicas igual que en España. Me encanta andar con esta bonita luz, oyendo mis propios pasos y el sonido de un cencerro… (no me seáis malpensados, que yo no llevo el cencerro!).
En el Alentejo interior hay poca densidad de personas, no así de animales. De hecho se ve de este cartel que es un auténtico “aparcamiento de ganado”. En este campo en concreto caben 10 bovinos y 87 ovinos.
Y dos horas y media después de salir de Barrancos, aquí en este paraje donde había un silencio denso (cuando paras dejas de oír tus pasos y hay demasiado silencio quizás), sentada en equilibrio sobre un estratégicamente situado mojón kilométrico, hice la parada del Sumol. Sin bares, sin cafés como en todas las largas carreteras alentejanas, que sube el nivel del reto todavía más… pero cumplí con el rito. Habrá otras paradas del Sumol más abrigadas y con más comodidades… pero nunca tan silenciosas como esta.
Por mucho que hayas entrenado, caminar 26 kilómetros supone un cierto dolor en las piernas. Creo que a partir de los 15 kilómetros más o menos es algo que llevas contigo. Pero es asumible. Por la tarde no te puedes ni mover, pero he comprobado que sigo estando como una rosa la mañana siguiente, lista para seguir caminando, y eso es bueno. Es verdad que han pasado unos cuantos años desde que empecé a hacer estas cosas (más de 7 desde mi primer paso en Vila Real de Santo Antonio), que salgo algo peor en las selfies y que tengo una relación diferente ahora con el frío y el calor, pero la ilusión y la capacidad de conseguir lo que me propongo parece que siguen intactas. Es parte de mí y me hace feliz. Si en mi mano está creo que haré esto toda la vida.
Con gran alegría (aunque sin dar saltitos, por razones obvias) por fin veo Amareleja en el horizonte. En Amareleja, 1. me pierdo (será pequeña pero es una auténtica ratonera), 2. como y bebo y bebo y como, y 3. cojo un autobús a Mourão, que es donde tengo que dormir, ya que tiene hotel y aquí no hay (con lo que me hubiera gustado desplomarme nada más terminar la segunda cerveza en una cama fofita en el Sheraton Amareleja… pero no, no existe. Ni siquiera una pensión de mala muerte…).

Amareleja es un sitio raro. Pero raro, raro. Tiene todos los récords. Amareleja se merece un capítulo aparte, así que… volveré en unos días con una descripción. ¡Hasta muy pronto!

lunes, 2 de octubre de 2017

LAS CEFIÑAS - BARRANCOS. DÍA 10/11 SEVILLA-LISBOA 365 KM

¡Más vale tarde que nunca!
Reconozco que en el tiempo que he tardado en subir este post podría haber pateado Portugal de cabo a rabo y luego haber bajado por el otro lado. Pido perdón. Me he dejado distraer con otras cosas. Pero quería deciros que sigo viva y coleando, que he conseguido caminar desde Sevilla a Portugal y que este año (2017-2018) pienso seguir hacia mi meta, Lisboa. Sevilla-Lisboa es mucho para hacer en un solo año. Voy poquito a poco y creo que hará falta más bien tres. Ahora me quedan 223 kilómetros a recorrer. Digo yo que llegaré. Suele ser el caso. Os cuento esa última etapa, que hice en marzo 2017 y a la que me acompañó mi amigo Eduardo. Una gran ayuda en cuanto a transportes, fotografías, compañía, risas, sentido común, etc. Pensamos repetir.

Primera parada:
desayuno en el casino de El Repilado, donde repilamos fuerzas para lo que nos esperaba: la ruta del contrabando. Bueno, así es como la llamo yo. En realidad los contrabandistas iban por otro lado, cogiendo otra ruta alternativa que algo tendría que esta no tiene (o viceversa). Pero el Googlemap me manda por aquí y si es la ruta más corta para llegar a Lisboa y si me ayuda a sumar exactamente 365 kilómetros me conformo con lo que hay, que también es la gracia que tiene.
Saqué una serie de artísticos pantallazos de la toponomía del lugar para guiarnos. No sé por qué pero todo parece más hostil y peligroso cuando no hay Street View. Cruzar esos misteriosos despeñaderos sola… reconozco que me daba un poco de miedo. Así que busqué compañía. Conseguí interesarle a Eduardo diciendo cosas como “mira qué bonito” y “mira qué verde” y se vino invitado y encantado. Yo cruzaba los dedos.

Lo que más me intranquilizaba en ese mapa-satélite era una larguísima mancha negra acompañada de la leyenda “Barranco de la Torre”. No había manera de saber la profundidad del ¿precipicio? (es que no había manera de saber lo que era aquello, si era sombra, agua, un estanque fétido, un abismo de 20 metros o la mismísima boca del infierno) ni el ancho real y si nosotros íbamos a ser capaces de cruzarlo o no. El GoogleMap ya me ha mandado a cruzar un río a pie otras veces… Y en este caso, sin una sola casa en 8 kilómetros a la redonda si nos caemos dentro va a ser difícil pedir ayuda para salir, como no sea directamente a Dios.

Pero si no cruzo esa mancha en el mapa no llego a Lisboa, o por lo menos ya no serían 365 kilómetros, así que no se puede rodear. No me iba a amedrentar. Edu es igual de valiente que yo (o esconde su cobardía igual de bien que yo), y estábamos seguros de que pasara lo que pasara nos íbamos a reír.
Punto de partida, después del desayuno en el Casino: el pueblito de Las Cefiñas, el sitio donde se acaba la cobertura wifi y empieza la aventura…
Por lo menos nos quedaban 2 kilómetros de carretera.
Con algunas caras amigas para hacernos compañía…
Y resultó que la ruta del contrabando a la que los mismos contrabandistas hacían ascos era… un paraíso rural. Desconocido, remoto – es el último cachito de España – pero de momento era un camino precioso y nada terrorífico. El pequeño sendero era fácil de seguir y en un sitio nos cruzamos con un alegre rebaño de vacas que nos miraron como si fuéramos los únicos caminantes que habían visto en sus vidas (y lo éramos, seguramente).
Y con la única excepción de algún chiflado en pijama saliendo de un hoyo no había peligros de ningún tipo.
Era verdad que había barrancos…
y algunos con una cierta profundidad, pero realmente no percibimos ninguna amenaza a nuestro alrededor.

Y ¿el temible Barranco de la Torre? Pues resultó ser esto:
un riachuelo. Tuvimos que quitarnos los zapatos y vadearlo, pero el agua no pasaba de la altura de las rodillas.
Un hermoso cortijo abandonado nos entretuvo un buen rato posando para que lo fotografiáramos…

… y en un par de horas ya estábamos saliendo por el otro lado y organizándonos para encontrar un sitio donde brindar por haber sobrevivido a la prueba de los barrancos:
y zamparnos un bien merecido almuerzo.

Al día siguiente, a las 8.30 de la mañana (no os asustéis, son las 9.30 en España), salimos a cubrir el resto del camino hacia la frontera portuguesa y la vila de Barrancos (vila = ni pueblo ni ciudad, ponle pueblo grande).
Día 2, y el camino era más bien carretera esta vez. Unos 13 kilómetros de carretera antes de pillar la salida que nos llevaría por un camino más bucólico hasta Barrancos. Parece un buen día, pero hacía un frío de todos los demonios.
La versión “hazlo tú mismo” de la parada del Sumol. En estos momentos se echa de menos el calor de un bar.

Después de la parada del Sumol caminamos y caminamos esperando que apareciera un enorme cartel que yo había visto en el Googlemaps y que nos indicaría la salida al camino que llevaba a Barrancos. Y venga a caminar, y venga a caminar, y del gigantesco cartel no había ni rastro, hasta que nos dimos cuenta de que el poste telegráfico que llevábamos media hora viendo
era en realidad
el cartel, visto de lado. Bueno, nos proporcionó un buen ataque de risa al menos….

Y el caminito rural, que entre su flora, fauna y otras cosas también contenía la frontera con Portugal, o sea una “E” y una “P” estampadas en un bloque de piedra, nos dio la oportunidad de posar como raperos,
y también como otro tipo de bailarines, aunque este baile no sé cuál es,
pero lo que veis aquí es el antiguo puesto fronterizo (antes cuajado de guardas de fronteira deseando trincar a contrabandistas, que en esos tiempos no andarían con risas y bailes y no llamarían la atención tanto como nosotros) (aunque en realidad poco tendrían que hacer los guardias porque los contrabandistas ni siquiera usaban esa ruta). El edificio está vacío ahora pero parece ser que lo están rehabilitando como museo.
Y a esto se ve Barrancos en el horizonte, y todo esto significa que ya he llegado a Portugal a pie desde Sevilla, que no está mal, ¿verdad?
Otro brindis. Gracias, Edu, por acompañarme. Me encanta este proyecto. ¡Continuará!

domingo, 15 de enero de 2017

GALAROZA-LAS CEFIÑAS. DÍA 9 SEVILLA-LISBOA 365 KM

El día de navidad. Un día tan bueno como cualquier otro para caminar. Saliendo de Sevilla a las 8 de la mañana te encuentras con personas que van tan normales y tan serios como cualquier día del año, pero con cuernos de reno en la cabeza y cosas así. Pero sin resaca ni borrachera puedo esquivar a los renocornudos muy fácilmente y además hace muy buen tiempo así que me parece un día perfecto.
Llego a Galaroza. Salgo de Galaroza...
... y me encuentro con un pequeño problema: que no hay ni un solo bar abierto hoy en todo el pueblo. Ni el bar del hotel. ¡Nada! Y quiero desayunar. Es la hora del Plan B: me improviso un desayuno energético sobre un tocón.
Y hale, a caminar...
.... a caminar, a bailar, o a lo que haga falta. Con el chaleco amarillo puesto en este caso, para darle un poco más de colorido a la cosa.
¡Sí, me lo pongo a veces! Cuando intuyo que hay policías agazapados detrás de los arbustos, por ejemplo. Cuando no hay mucho arcén. Cuando hay curvas. Tengo que decir que se adapta mejor a las curvas de la carretera que a las mías, pero mira, podría ser peor.

La parada del Sumol es en El Repilado, y vaya diferencia con la sosa Galaroza en el tema bares.
Pero ¿qué es esto?
¿Prohibida la entrada? Ah, pero yo sí puedo entrar. Hay que leer la letra pequeña. Puedo entrar por partida doble, soy forastera y transeúnte, las dos cosas. Vamos, que soy de lo más deseable! 

Cuando he visto a este pequeño ser en el escaparate de una tienda me he vuelto loca fotografiándolo, qué cosa más linda....
Y tres niños del pueblo, la mar de simpáticos, me han contado que la gatita es suya y que la encontraron vagando por las calles perdida cuando era muy chiquitita... una historia con final feliz y fotos chulas.

Después de El Repilado, cojo el camino del campo. Esta pequeña carretera rural me llevará a mi destino. Hay 10 kilómetros de ella, pero me llevará.
Estamos en la provincia de Jabugo (ya me entendéis) y han vuelto los cerdos. Mi problema con los cerdos es que les inspiro pánico y terror, todavía no sé por qué, pero aquí tenéis una foto de unos huyendo espavoridos...
El camino es bonito y muy agradable con este buen tiempo....
... al principio. Después de unos pocos kilómetros empieza a ser todo cuesta arriba y no sé cuántos grados de calor hace pero empiezo a sentirme como una castaña asada a punto de explotar y no hay escapatoria... ¿por qué se me ha ocurrido ponerme medias con este tiempo? Ah, ya, porque estamos en diciembre... Pues si en diciembre estoy así creo que no es muy buena idea hacer ninguna caminata en verano este año...
Ha sido motivo de alegría cuando he visto señalizada la civilización de nuevo (la civilización relativa, porque son pueblos sin bar), y estoy cerca de mi destino de hoy.
Una última cerdofoto... Este individuo se había dado un buen baño de barro y estaba tan a gusto que le faltaron reflejos y se dejó fotografiar, antes de pirarse como todos.
¡Las Cefiñas! Es un pueblo muy pequeño. No sé realmente qué tiene Las Cefiñas, he visto poco porque al llegar se me echaba el tiempo encima y tenía que coger un taxi a Cortegana para comer. Ya lo veré mejor cuando salga de aquí el próximo día. Pero por no tener os puedo decir que ni cobertura de móvil tiene, con lo cual llamar a un taxi se vuelve algo complicado, lo tienes que hacer corriendo cuesta abajo intentando salir de allí como sea y rezando para que no tengas que ir andando (o corriendo) a Cortegana y no comer y perder el autobús a Sevilla... al final lo conseguí, y me recogió una taxista muy simpática. Que me condujo a Cortegana, me apuntó en dirección al Casino y me soltó,
para que pudiera comer y beber algo. Beber fue sencillo, comer no tanto, porque ya habían cerrado la cocina, pero entre una tapa de ensaladilla y el queso y la caña de lomo que generosamente me ofrecieron unos señores que estaban en la barra comí estupendamente.

En la próxima etapa si consigo (o si conseguimos) sortear los hondos barrancos llegaré (o llegaremos) a Portugal, y en Portugal voy a echar de menos a los casinos, porque creo que allí no hay. Pero habrá otras cosas. Sumol y Superbock. Bares diferentes. Hoteles. Pequenos almoços. Estradas e bermas. Aldeias, vilas e cidades. Portugueses. Muchas cosas.