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La Travesía

sábado, 29 de diciembre de 2012

TRAVESÍA SUPERCONJUNTADA DE PORTUGAL, DECIMOSEXTA PARTE (III)
                   Día 2: Tocha – Praia de Mira (II)
Lagoa de Mira, inmensa, azul y con bosques y riachuelos verdes, y lo mejor, ni un solo perro cojonero pegado a mis talones. ¡Qué alivio! ¡Viva a liberdade! Después de Lagoa de Mira se llega a Praia de Mira por una larguísima “pista ciclopedonal” (una especie de carril bici donde se admite también a caminantes), “ciclopedonal track”, traducen en un letrero, sin darse muchas molestias, para los que no saben qué es (y que seguirán sin saber qué es, digo yo).

Y al final del ciclopedonal track está Praia de Mira, un entrañable pueblo costero, alegre y humilde, donde me quedo en una de esas pensiones que ahora se llaman hoteles pero que siguen siendo pensiones, que siguen teniendo alma de pensión, tienen cosas como por ejemplo que la barra de la cortina se te cae en la cabeza y te mata, ese tipo de cosa, pero que tiene una maravillosa alegría en su forma de ser, como todo el pueblo en general, y unas vistas privilegiadas sobre las casas y el lago. Qué luminosidad, abro la ventana, uf, medio pueblo está asando sardinas tóxicas, la vuelvo a cerrar rápidamente (y a esto se me cae la barra de cortina, pero no en la cabeza).

Y la playa, la playa es increíble. Tremendamente visual, humilde y llena de gaviotas. Barcos de pesca, tractores que abren paso entre las toallas y las sombrillas, artilugios de pesca esparcidos por todas partes.
La gente, como las gaviotas, arremolinándose alrededor de un hombre con sardinas. Las gaviotas se las tragan directamente, la gente, más sofisticada, las cenará esta noche. Son muy baratas, creo que incluso regaladas (hay cientos de personas en un gran remolino). El mar, muy bravo y muy sonoro.
El pueblo es muy bonito. Tiene canales. Llenos de lodo, algas y porquería, pero los tiene. Hasta una langosta vi, en uno. ¿Quién la cenará esta noche? Los patos no la tocaban desde luego. Esto es la lagoa a su paso por el pueblo:
Las casas típicas son como unas casuchas de uralita, bueno, es madera pero imitando uralita, a rayas, hechas polvo, a punto de caerse. Esto es la iglesia, de verdad, es la iglesia,
aunque tienes que verla por dentro (con sus redes de pesca en el techo) para realmente creértelo:
 Me quedé tomando el sol al lado de este barco de pesca, Deus nos guie,
Y ¿adónde me guiará mañana? ¿A Costa Nova? Espero que sí…

jueves, 20 de diciembre de 2012

TRAVESÍA SUPERCONJUNTADA DE PORTUGAL, DECIMOSEXTA PARTE (II)
                   Día 2: Tocha – Praia de Mira (I)


Un animalario, un animalario es la palabra que he elegido para describir el día 45 de mi travesía.
Un pequeño perro es fácil de quitar con el pie ¿no? Pues no siempre, no. Este que veis aquí era un chucho muy joven que todavía no sabía qué eran las patadas, así que pude alejarlo con una, y hasta tuve reflejos para fotografiar el momento. Aquí me funcionó la estrategia del puntapié, y me libré de él.

El animalario empezó allí. Perros, gatos, conejos, ovejas, cerdos, cabras, caballos… pero sobre todo perros, desgraciadamente.
Este era rematadamente cobarde. Ladraba mucho, pero … si le miraba –y solo mirarle ¿eh?- se escondía aterrorizado en el matorral. Los de este tipo son un poco despreciables, pero no suponen mayores problemas. Con los de este tipo puedo.
Pero estos eran un caso curioso que me provocó otro tipo de sentimientos. Pasando al lado de un bosque (no era zona habitada, había una rotonda pero casas no, pueblo no) me encuentro con un perro chiquitito y feo que sale del bosque. Bueno, una perra, que acabaría de tener perritos. Un poco más allá, otro perro pequeño y feito. Le hice una foto, me extrañaba que hubiera perros viviendo en el bosque. Cuando ese segundo perro se levantó para posar para la foto me di cuenta de que tenía la pata torcida. Y un poco más allá me di cuenta de lo que había pasado con esa pareja de perros: que probablemente alguien se había cansado de ellos o le suponían un problema, y los habían abandonado en el bosque a tener los perritos y a buscarse la vida. Pues daban lástima, la verdad. Da realmente pena que alguien haga una cosa así.
Pues nada, seguí por mis carreteras, pasando este alegre cartel, por una serie de pueblecitos humildes, agrícolas, señoras con vacas, ese tipo de cosa, hasta que se me pegó como un pegote un compañero indeseado y se acabó toda la tranquilidad y todo el bienestar.
Este desgraciao –es la única palabra que puedo usar para describirlo– se empeñó en seguirme, pero no un ratito, sino kilómetros y kilómetros. Los primeros 5 ó 10 minutos, como veis en la imagen, tenía su gracia la cosa y me reía, pero después no. Como queda patente en la foto hacía unas piruetas idiotas que lo llevaban delante de todos los coches, que no lo atropellaron por milagro, por mucho que yo lo deseara después de media hora de tenerlo pegado. Pero nada, les esquivaba a todos en el último segundo, cabreando a varios conductores en el proceso.

Me metí en una venta de carretera, para tomarme algo o más bien para librarme del pegote del perro. Pero al salir del bar veinte minutos más tarde no me lo podía creer: el desgraciao seguía allí, esperándome.

Y no valía intentar ahuyentarlo con la mano y con gritos, no valía esconderme detrás de algo y a ver si se despistaba: no se despistaba, se quedaba siempre esperando. Tampoco valía una patada bien puesta para ponerlo rápidamente en el buen camino: no funcionaba, no era como el otro, salía volando él solo antes de que le dieras, como las moscas, tenía reflejos el desgraciao.

Así que tuve otra idea: ¡un palo! Así tendría más margen de maniobra, así me lo quitaría de encima seguro. Y encontré uno estupendo, una rama de árbol caída, muy sólida y aerodinámica. Me gustaba mi palo, me daba un aire de peregrina del Camino de Santiago, me daba como una credibilidad como caminante. Y al menos que me pillara alguien in fraganti en el momento de bajarlo sobre los sesos del perro nadie sabría lo que pensaba hacer con él.
Pero resulta que este perro también sabía perfectamente lo que era un palo, y lo que se hacía con un palo.

Mira que le intenté dar decenas de veces, pero el tío se las arreglaba para no estar en el radio del palo cuando era el momento de dar en el blanco. Se quedaba justo fuera de la zona de posible contacto, era muy frustrante, como intentar darle a un mosquito con un zapato. Y lo más increíble es que a todo esto no dejaba de seguirme en ningún momento. Pero ¿qué estado mental debía de tener?, tan leal que no puede dejar de seguir a alguien que obviamente está intentando molerle a palos (después de molerle a patadas)? Ya me diréis si eso es normal.

Al final con tanta estrategia el diabólico can iba muy adelantado, trotando a unos cien metros y sin mirar para atrás y ¡por fin! vi mi oportunidad y la agarré: me metí por una calle paralela y poco a poco me iba alejando de esa carretera… y el infeliz ya no tenía ninguna posibilidad de volver a encontrarme… ¡le había dado esquinazo! Al darme cuenta de eso me entró una especie de euforia, empecé a cantar y a saltar, y alegremente abandoné el palo en una pila de leña donde había ramas idénticas, así que todo perfecto. Y pude volver a disfrutar de mi caminata como siempre he hecho.

Todo el episodio me hizo muy antiperruna, anti-moscón, bueno, paranoica se dice, me puse paranoica, desconfiando de todos los seres vivos menos los árboles, la verdad es que me estropeó la mañana (casi una hora estuvo conmigo), pero ya una vez libre de las garras de la pegajosa bestezuela pude empezar a vivir la caminata de nuevo, y mañana (ya, no os riáis, escribo mañana de vez en cuando) os contaré más de la espectacular etapa hasta la Lagoa y la Praia de Mira.

viernes, 26 de octubre de 2012

TRAVESÍA SUPERCONJUNTADA DE PORTUGAL, DECIMOSEXTA PARTE (I)
                   Día 1: Figueira da Foz – Tocha

Nos situamos a finales de agosto, y hago un hueco en mi apretadísima agenda teatral (de que voy a hablar un día) para hacer la decimosexta etapa de SC.

Salgo de Figueira da Foz, y lo primero que hago es descubrir que existen nuevas y maravillosas formas de llevar el equipaje en los viajes:
(No, no soy yo, yo sigo con mi bolsa al hombro, pero esta señora hay que reconocer que es la más estilosa de las dos!)

Salgo de mi hotel bien temprano, mucho antes de que empiezan los desayunos, a las 7.30 de la mañana (no os asustéis, son las 8.30 en España). ¡Desayunaré en cualquier bar en el camino!, pienso, y luego tardo exactamente dos horas en encontrar un bar abierto, mientras paso por cada vez más surrealistas paisajes con tresillos abandonados en la carretera y extrañas obras de ¿arte? colgadas de los árboles, entre otras basuras, y camioneros muy comunicativos, y desayunos nada de nada, mientras lastimosamente echo mano a unas reservas de maltesers comprados en primavera y ahora completamente despachurrados y pegamentificados después del verano sevillano, puuagh, pero mejor que nada. Dos horas, y ¡por fin! veo un bar abierto a la entrada de un pueblo que se llama Cova da Serpe (la Cueva de la Sierpe), ¡qué alegría!
O no sé, porque es el tipo de bar en el que no entrarías nunca, está como hecho de planchas, con alma de uralita, y hay dos tipos sospechosos-albañilísticos parapetados en la puerta que no me inspiran mucha confianza ¡Ah! Pero ya se han largado, han ido allí detrás a seguir trabajando o lo que sea, así que hago de tripas corazón y entro en el bar con alma de uralita.
Pero ahora resulta que los dos tipos raros que había en la puerta eran los encargados del bar, así que ahora no hay nadie. Oh Dios, ¡no voy a desayunar nunca! Me dedico a curiosear por el local,
me gustan las reglas, de oro y básicas, son muy simpáticas, me gusta eso de no hablar alto y no decir palabrotas, va a resultar que el sitio no es tan malo después de todo. A esto aparecen mis salvadores y me puedo pedir un café y algo de lo que tienen (no mucho, algo) para desayunar. El dueño del bar es simpatíquisimo y mis miedos injustificados. ¡Desayunomisión cumplida! Qué alivio. Ahora a conocer la Cueva de la Sierpe…
La Cueva de la Sierpe es un pueblo bien curioso, una casa de cada dos está abandonada (aunque aceptan propuestas, como podéis ver en la foto) (agudeza visual, ¡a la izquierda!),
me da pena que nadie quiera vivir en la Cueva de la Sierpe, es un sitio muy tranquilo y no raro y siniestro, bueno solo un poco.
Salgo de la Cueva y prosigo por carreteras rurales. ¿Alguien ha visto un artilugio de estos alguna vez? Yo desde luego no los he visto en ningún otro sitio, solo aquí. Está diseñado para avisar (creo) si hay viento, y cuánto viento hay. Las palas giran con el aire y mueven unos palitos con bolas a modo de baquetas (que no se ven en la foto, porque van muy rápido), y las baquetas golpean el cacharro de metal y un buen día de viento hacen un ruido de todos los demonios y así saben si hay viento o no los que están dentro de la casa. Y los que están en todas las otras casas también, claro, y los que van por la calle, y a los hiperacúsicos nos sacan de quicio, y nada, me parecen unas maquinitas bien inútiles pero en esta zona de Portugal he visto tres, que seguro que es la punta del iceberg.

Y así unos 8 kilómetros más hasta llegar al hotel en el pueblo de Tocha, ayy, el hotel, ¿qué os puedo decir del hotel?
Pues ya veis, estupendo el hotel…. Luego comí en el Restaurante Arcada, que no me parece el nombre más acertado, pero está justo enfrente del hotel y se llega por el jardín. Otra buena alternativa habría sido el Restaurante Portugal, que tendría un ambiente estupendo a esa hora, no así cuando yo llegué, a la hora de la cena,
No me digáis que no es para tirarse de un puente el ambiente nocturno del Restaurante Portugal. Pero eso no importa porque al ser la única clienta por lo menos nadie te molesta con ruidos, niños u otras jodiendas, y la comida está muy buena y además baratísima, todo lo que puedes comer y beber por 6 euros, me gusta, me gustan los pueblos escondidos en el interior de Portugal, tienen cosas así, y muchas otras, como por ejemplo en este caso una tienda relojera, para arreglar con una pila nueva mi reloj, que se había quedado parado en la Cueva de la Sierpe.

domingo, 21 de octubre de 2012


TRAVESÍA SUPERCONJUNTADA DE PORTUGAL, DECIMOQUINTA PARTE (y V)
                        Día 4: Louriçal - Figueira da Foz, segunda parte

Para entrar en la ciudad de Figueira da Foz se cruza un puente. Pero no es un puente cualquiera.
Es un puente muuuuy alto, muuuy largo y muuuy bonito, se llama Ponte de Edgar Cardoso, es un poco como el puente por donde se entra en Lisboa, o sea por el Puente 25 de Abril, pero con una gran diferencia:
¡¡Que no está prohibido cruzarlo a pie!!
Así que ¡vamos allá! ¡Vamos a cruzarlo a pie! 
4 kilómetros de pura diversión, caminando por los aires y por el suelo al mismo tiempo, viendo estupendas vistas (aunque un tercio de ellos son de una depuradora… de residuos… de… aguas… residuales, bueno, de… mierda, ¿no?) ¡pero son vistas al fin y al cabo!, también se ve la ciudad, y el agua.
Ha sido uno de los mejores días de caminata de toda la travesía hasta aquí,
y la mejor y más espectacular entrada en una ciudad (bueno, rivaliza un poco con el desvío que hice para bailar sola y descalza en las playas de Vila Nova de Milfontes… me quedo con las dos).
 Adoro Figueira da Foz. Adoro el hotel. Pensé que el Palace Monte Real era lo mejor que podía haber, pero el Costa da Prata en Figueira da Foz me ha gustado todavía más, ha sido el mejor hotel de toda la travesía. Es blanco y azul, decorado con cosas que yo compraría para mi propia casa sin duda alguna (si no estuviéramos en crisis), te tumbas en la cama y ves la playa o te levantas y pisas el silencio. Espectacular, el hotel. Nunca he estado tan bien en un hotel. Aquí lo tengo, detrás mía en la foto, bueno, no exactamente, está detrás de la casa que veis, pegado a la casa que veis, de estilo más moderno pero se ve que está en una zona muy emblemática de la ciudad. Y la ciudad… es una ciudad normal, a pesar de su enooorme playa. Hay ambiente normal, no turístico, no es Nazaré, ni en pleno agosto hay ambiente turístico. Adoro Figueira da Foz.
(Voy a hacer unos movimientos por la arena para demostrarlo, ligeramente inspirados en lo que acabo de ver en la tele en el hotel, gimnasia rítmica, los juegos olímpicos). (Adoro los juegos olímpicos.) (Adoro Figueira da Foz.)

viernes, 28 de septiembre de 2012

TRAVESÍA SUPERCONJUNTADA DE PORTUGAL, DECIMOQUINTA PARTE (IV)
                   Día 4: Louriçal - Figueira da Foz, primera parte

Sigo, sigo, ya he descansado de mi última incursión teatrera y por fin tengo algo de tiempo libre. Ahora hago una cosa al día en vez de siete, me ha costado acostumbrarme, pero me gusta, oye, me gusta.

Sigo, sigo con la caminata… Como veis, ya se puede decir que me estoy acercando al norte, que esto ya es casi casi el norte de Portugal…
Y por esta zona (pos-Louriçal, pos-Jacinto’s) (¿hay comida después de Jacinto’s?) tuve la oportunidad de llevarme un recuerdo muy especial, que encontré envuelto en un envoltorio, o contenido en un contenedor, también muy especial. Hace años que ando detrás de una botella de Sumol de las antiguas, las tradicionales, las que dejaron de vender hace ya casi unos 10 años, eran muy bonitas, ahora son perfectamente vulgares. Nunca guardé ninguna cuando pude hacerlo, motivo de gran coraje para mí porque ya no se pueden encontrar.
Pues nada, pasando por un pequeño pueblo que se llama Outeiro vi esta preciosa camioneta abandonada y como estos pequeños hallazgos me chiflan (ya os he enseñado otros) me acerqué a vivir el pasado, a saludarla, a hacerle unas fotos.
Y cuál no fue mi sorpresa cuando me encontré con una botella de Sumol antigua en el asiento de atrás. Restos de una antigua botellona (sana, sin alcohol), quién sabe en qué año…
 … y el resto os lo podéis imaginar.
Ahora con un lavado de cara la histórica botellita está en mi cocina, junto con mis otros botes en el museo de los caducaos.

domingo, 16 de septiembre de 2012

He vuelto sana y salva de la decimosexta etapa de Superconjuntada, interesantísima como siempre. No he escrito antes porque he estado funcionando al 130% de mi capacidad, organizando la obra de teatro que estamos preparando para este jueves, ya os contaré más.

Superconjuntada XVI me ha llevado a muchos sitios, me ha llevado por ejemplo al Municipio de Vagos.
 En el Municipio de Vagos hay muchas cosas (y personas) que aunque no se caracterizan por su gran dinamismo, son de interés por su simpatía pasiva y su gran ingenio.

Hay taxis (y taxistas) vagos, por ejemplo,
que son de los que te dejan a un kilómetro de tu destino y te dicen “Bueno, ya estás cerca, ya puedes llegar andando ¿no?”

Y otra cosa que me ha gustado mucho de la gente del Municipio de Vagos es su escultura de un barco. Bueno, un barco… La gente del Municipio de Vagos lo que hacen es medio barco,
y dicen “Bueno, ya se nota que es un barco, ¿no? ¿Para qué vamos a hacer la otra mitad?”

Resumiendo, otra excusa para partirme de risa en medio de la calle…….

martes, 28 de agosto de 2012

Pues nada,

Eso es lo que voy a postear, nada, tenía un post a medio hacer pero al final no me da tiempo, sigo caminando entonces, salgo de Figueira da Foz y si todo va bien llegaré esta vez a Costa Nova, ya a la altura de Aveiro. O sea, norte, creo que ya se puede considerar el norte de Portugal. 3/4 partes de Portugal pateado, o algo así. Un cuarto por patear.

Seguiré informando....

domingo, 26 de agosto de 2012

TRAVESÍA SUPERCONJUNTADA DE PORTUGAL, DECIMOQUINTA PARTE (IV)
                                        Día 3 : Monte Real - Louriçal

Empieza un nuevo día Superconjuntado, y después de un desayuno diez salgo de mi superhotel. Lo primero que hago es perderme, como tantas y tantas veces nada más salir del hotel, pero me pone en el buen camino un señor que llevará unos 75 años más en el pueblo que yo. Así que llego a donde quiero ir, pero
lo segundo que me encuentro es que el puente que quiero cruzar está cerrado al tráfico, rodado y humano.
Pero un problema, ¡una solución! Cruzo por el puente de al lado, jajaja… si la vida siempre fuera así de sencilla… La verdad es que daba ganas de saltar las barreras y cruzarlo de todas formas, pero la idea de que se derrumbara bajo mis pies y que me encontrara en esa agua (o lo que sea) me parecía que pondría fin a Superconjuntada para siempre, así que
nada, a cruzar el río por el puente grande con todos los coches, manoseando siempre el pescado, o el pez, con cuidado, claro (pero ¿dónde está el pez? y ¿cómo puede sobrevivir en esa fetidez?)
Sigo caminando por el paraíso de los bosques y las fábricas de madera, que por cierto huelen muy bien,
 cruzo el pueblo de Monte Redondo,
sigo por unos caminos bien bonitos por los bosques,
 con muchas casas también, aunque se ve algo de pobreza,
y más maravillosos árboles, miles de ellos, hasta que sales del encantado mundo de los bosques y subes a la carretera principal, donde te metes en otro mundo, el de "Jacinto’s", que es el único sitio para comer que hay en varios kilómetros a la redonda y es una especie de venta de carretera para las masas motorizadas, que con sus sofás de plástico rojo brillante está claramente inspirado en esos horribles McDonalds de autopista para camioneros que salen en las películas americanas (pinchad aquí http://www.jacintos.eu/ si queréis ver el estilo, impacta bastante al salir del bosque...). Pero en su enorme comedor ponen un menú del día, y cuál no fue mi sorpresa cuando
comí (o devoré, más bien), por 6 euros todo incluido, una de las mejores comidas que me han puesto en todo Portugal. Una carne que se deshacía sola de lo tierna que estaba, una lechuga que se oía crujir con solo acercarle el tenedor, unos tomates que eran un vergel de sabores… yo solo he comido así en Albania, donde es todo del huerto y es donde mejor se come en el mundo, con diferencia (en el mundo conocido por mí al menos). Una sorpresa muy agradable para acabar la mañana.
Y ya solo me faltaba hacer el último kilómetro para llegar a la estación de Louriçal, mi destino del día, y coger un tren para volver al Hotel Palace, claro. Louriçal, rural y silencioso, Louriçal,
donde el tiempo se averió.