Évora.
El Hotel Solar de Monfalim, un hotel muy bonito en un palacete del siglo XVI, que
me ha parecido una buena base para empezar la aventura.
Évora,
una ciudad con una gran concentración de cráneos, arracimados en las paredes
de la famosa Capela dos Ossos,
donde no fui (aquí he
colado una foto de otro viaje). Esta vez iba en busca de aire y luz y lo último
que me apetecía era meterme en un antro oscuro con las paredes empapeladas de
cráneos humanos.
Llegué
en este autobús, una reliquia de los años ¿ochenta? que tarda exactamente 2
horas en cubrir los 85 kilómetros que hay entre Elvas y Évora. Durante el traqueteo
te das cuenta de que donde tendrían que estar los botones del aire
acondicionado solo hay unas arcaicas redes de pesca para atrapar equipajes. Pero
con los 40º de calor vas muy tranquilo, eso sí, no hay otros pasajeros porque
nadie quiere exponerse a esas condiciones. Pensaba que era la única a bordo
hasta que vi que había alguien postrado en el último asiento (se le ve en la
foto), no sé si durmiendo o muerto por un golpe de calor. Pero yo ya no me
tengo que preocupar por ese autobús porque no lo volveré a coger, jamás lo
volveré a coger. Cuando vuelva a Portugal para seguir con la caminata en
noviembre iré por Faro y me da igual que sea más largo y que tenga que hacer
noche. Definitivamente, la mejor forma de llegar a Lisboa es andando. Solo andando.
Évora
es fotogénica. Tendrá 5,000 calaveras en la Capela pero tiene diez veces más
cabezas vivas, es una ciudad con mucha vida. Estudiantil, teatral, comercial,
de todo.
Es una
buena ciudad para pasear y ver tiendecitas. Tiene una bonita luz al final del
día.
Lo que
me da un poco de mal rollo (no tengo foto) es que en esta época del año (y en
muchas más, porque es algo que dura meses, por lo visto), al caer la noche se
ven muchos estudiantes por la calle, los más veteranos vestidos de capa con
diferentes adornos y sometiendo a los más novatos a Dios sabe qué sinsabores y
humillaciones, son los rituales de praxe
o novatadas. En este caso los llevaban en ristra cada uno con la mano en el
hombro del que iba delante, como ciegos, y así iban por la ciudad en lo que parecía
una broma sin alegría (sin risas, sin selfies, no sé). Estudiando el tema un
poco, veo que no es del todo malo: normalmente todo lo contrario. También sirve
para divertirse (todos, no solo los veteranos), hacer amistades y conocer las
tradiciones universitarias. Tiene mala prensa. Yo no sé y no puedo decir nada. Me sigue dando mal rollo. Pero bueno, esto es Évora, una ciudad con una gran tradición universitaria.
Dejé
que se me hiciera de noche haciendo fotos a la ciudad…
Y al día
siguiente…. ¡Día 1! O el día 18 de la travesía, en total. Sale el sol y salgo yo.
Es tan temprano que está casi todo cerrado. Me paro donde puedo y me tomo el
peor desayuno de mi vida, hmmm, interesante, y rápidamente llego a la muralla
que marca los confines de la ciudad.
Adiós
Évora. Évora tendrá todas las casas blancas que quieras, pero Évora para mi es
y siempre ha sido del color de una calavera bruñida.
Me
enfrento a 2,83 kilómetros de ranas, pero aguantaré.
La
carretera es larga y he pillado una inoportuna ola de calor otoñal dispuesta a
fastidiarme el viaje: ya a las 9.30 de la mañana hay un sol de justicia. Para caminar
con más de 30º no hacía falta esperar a los últimos días de septiembre, podía haber
venido en agosto. Creo que entre una cosa y otra el día 18 ha sido un día duro,
uno de los más duros de toda la travesía mismamente, aunque para mí estar en la
carretera siempre me hace feliz, porque sé que cada paso es único e irrepetible
y que estoy creando muy buenos recuerdos. Duro sí, penoso nunca, merece la pena
siempre.
Esta abandonada
y vandalizada “casa de cantoneiros” significa que es el momento de coger la
carretera más pequeña que me llevará al pueblo de São Sebastião da Giesteira.
Las casas de cantoneiros eran donde los trabajadores que construían y reparaban
las vías guardaban sus herramientas, bonitas y típicos edificios que ahora se
caen a pedazos. Las más antiguas se construyeron en el siglo XIX, la mayoría en
los años centrales del XX. Muchas veces llevan los kilómetros a los próximos destinos pintados en el
flanco (o en forma de azulejos) para orientarnos a los viajeros pausados como yo, los que podemos parar un rato para ver bien las cosas. Todavía quedan muchas casas de cantoneiros en el Algarve y en
el Alentejo, la mayoría abandonadas, algunas, las más afortunadas, compradas al
Estado y habitadas. Pero esta no. Total, que estamos en medio de la nada…
Esto
sí que es antiguo… ni se sabe cuánto…. unas 5,000 primaveras tendrán como
mínimo estos dólmenes, cerca ya de São Sebastião. Recalentados, apiñados, medio
caídos y rodeados de una valla prohibiendo el paso, con una historia larga y
tranquila detrás. Por lo visto hay cientos en el Alentejo, sobre todo en esta
parte, así que me alegro de poder añadir unas “antas” a mi lista de cosas
vistas.
Finalmente, y ya era hora, me encuentro en un bar tomándome una cerveza,
acalorada
y exhausta pero ya en mi destino, el pueblo de São Sebastião da Gisteira.
En una
casita rodeada de ovejas tranquilas y gatos mimosos. Los dueños de la casa
también lo son del bar, así que nos hemos encontrado en seguida. Creo que he recalado en
un buen destino.