HE TENIDO SUPERPODERES, Y LOS HE PERDIDO
Lo que os voy a contar es una experiencia que me pasó, que
duró bastante tiempo y que me ha cambiado la vida. Es una experiencia preciosa
y fuera de lo común pero también se traduce en un tocho de varias páginas, así
que no lo leáis al menos que tengáis algún interés en el tema!! Lo dejo aquí, más
que nada, para que lo encuentren personas que les haya pasado algo parecido y busquen
explicaciones (que no tengo, por cierto), o con quién identificarse: relatos
afines, saciar su curiosidad por el tema...
Ha sido muy difícil escribir esto. Pido perdón por las
repeticiones, los conceptos que a lo mejor no se entienden. He peinado el texto
y he quitado cualquier cosa que no sea 100% verdad, que sea una interpretación
o una exageración.
Me gustaría contactar con otras personas que hayan tenido
una experiencia parecida, aunque primero he querido dejar constancia de todo lo
que me pasó, sin ninguna influencia de lo que me cuenten otras personas, sin
que eso distorsionara mis recuerdos. También es por eso que no me he puesto a
buscar casos similares en Internet, ahora ya lo haré. Supongo que no soy la
única, supongo que somos muchos. ¡Ojalá sea así!
Sabía que esta condición existía (tener una sensibilidad
olfativa muy incrementada, hiperosmia), y sabía que es una condición
(¿hormonal?) que puede aparecer con la menopausia (que ha sido mi caso) aunque
no es muy frecuente (es algo más frecuente en el embarazo, creo). Y que
normalmente se ve como algo malo, no bueno, como es mi caso. Es lo único que sé
del tema, no sé mucho. Al principio me parecía que podía tener una similitud
con los efectos del LSD, incluso con la sinestesia, pero he descartado los dos
parecidos: aparentemente se parece pero no tiene nada que ver, es diferente. Curiosamente
creo recordar que mi madre decía algunas veces que ella “tenía el olfato muy
fino”; mi abuelo, su padre, en cambio, no tenía sentido del olfato ninguno
(anosmia), y que sepa yo nació así. Si tiene algo que ver con la sensibilidad
en general, mi madre tuvo y yo también tengo hiperacusia (sensibilidad
exagerada a los ruidos) y como no, todos somos artistas, jaja...
Sentada una noche con mi amiga Pastora en la terraza del bar
El Embarcadero, al lado del Guadalquivir, de repente empecé a oler todo lo que
había en el agua. El agua en sí, el movimiento del agua. Los peces, el cuerpecito
de cada pez y cómo se movía. Luego los árboles, las casas, lo que había al otro
lado del río. Olí como alguien abría una puerta al otro lado del río, y dentro asaban
carne. Y le dije a Pastora, es increíble, esto, ¿verdad? pero ella no olía nada.
Sería que el viento traía el olor de las cosas hacia mí. Nunca me había pasado
una cosa así. Fue genial. No le di más importancia.
(19 de julio 2013, en la terraza del bar El Embarcadero en
la calle Betis.)
Una foto
hecha esa noche.
(Aquí vuelvo al principio un momento para aclarar que la
primera primerísima experiencia “rara” de este tipo no fue ese día, fue unos
meses (¿semanas?) antes, cuando iba a todas partes con un mal olor en la nariz
y no me explicaba por qué. Después me di cuenta de que estaba oliendo mi propia
nariz).
hiperosmia visual tridimensional
(Tres semanas más tarde, en una etapa de la “Travesía
Superconjuntada”, cruzando Portugal a pie).
Me bajé del autobús en Huelva. En la estación de autobuses
hay un gran patio central. Me coloqué debajo de un naranjo. En el árbol había
dos naranjas, a más de un metro de mi cabeza. Y cada naranja tenía su propia
personalidad, cada naranja olía completamente distinto. Las dos me explicaban
como eran. Y me producían euforia, porque eran tan complejas. Tan complejas y
tan redondas al mismo tiempo. Y el árbol en sí... olía tan bien que la abracé. La
corteza. Era un mundo. Detrás de mí había un quiosco de prensa. Con superficies
grandes, blancas y grises. Con un olor maravillosamente complejo, a superficies
grandes y planas, a metal, a papel, a presencia de quiosco, que no tenía nada que
ver con nada más en el mundo. Todo eran olores perfectamente tridimensionales.
(6 de agosto 2013, estación de autobuses de Huelva).
Pasó
aquí.
Ese mismo
día, pero tarde-noche. Ya estaba en Portugal, caminando entre Vila Nova de Gaia
y Oporto. Y de repente me paré en un pequeño parque (porque el parque me asaltó
y me paró), o Jardim do Carregal, un pequeño jardín en el medio urbano, y pensé
pero qué bien huele este jardín, pero qué bien huele, qué bien huele.... y allí
me quedé, un cuarto de hora, inmóvil, alucinando. Había muchas flores a mis
pies, y cada flor olía de una forma completamente distinta (y sin ninguna
necesidad de acercar la nariz a ellas, por supuesto). Necesitaba tiempo para
disfrutar de cada una, saber quién era cada flor y todo lo que me tenía que
decir. Eran perfumes redondos y perfectamente complejos, como nada que yo hubiera
olido antes. De hecho los veía. Así, redondos. Veía (con la vista, aunque no
con los ojos) el perfume de cada flor: encima de cada una había una bola redonda
y transparente, del mismo color que la flor, más grande o más pequeña según la
intensidad de la aroma, y luego las bolas se dispersaban en otras bolitas pequeñas
alrededor de la bola grande. Es así como viajan los olores, como se mueven. Y por
algún motivo esto toca un lugar en el cerebro que produce una enorme felicidad.
(Es aquí
donde pasó.)
Seguí caminando y me metí por la Rua de Vilar; ya iba
fijándome en todas las cosas. Una calle estrecha. Olía lo que había dentro de cada
casa, incluso a través de ventanas o persianas cerradas. Olía la disposición de
los salones, el tipo de muebles y donde estaban colocados. Sofás, sillones, aparadores.
La forma, el tamaño. En este caso no era agradable exactamente, porque no olían
nada bien. Había mucho polvo y los muebles eran marrones en su mayoría. Olía
donde estaban las puertas que llevaban a las otras habitaciones, y qué tipo de
habitaciones eran. Olía sobre todo la posición de las cosas.
(6 de agosto de 2013, Oporto).
Después, en Sevilla de nuevo, me empezaron a pasar estas
cosas con regularidad.
Me quedaba parada en las rejas de los parques, cerrando los
ojos, abarcando cada elemento, aprendiendo. Pasaba por los jardines de la
Buhaira y veía como se dibujaban las formas de las plantas en el aire. Sí, es ver,
no solo oler sino ver. Sobre todo formas,
masas, bultos, líneas rectas, trazadas con regla casi, que me indicaban donde
estaban plantadas las cosas. Pasando por cualquier parque, jardín o jardinera
urbana me quedaba a veces parada mucho tiempo, a cotillear de alguna manera,
porque olía la personalidad de cada árbol o planta y olía la relación entre ellos,
si se llevan bien, y si no se llevan bien olía el porqué, porque suele ser culpa
de uno de ellos. Algunos aportan más al grupo y son más sociables, hay líderes,
otros son cobardes y poco colaboradores.
El peor: el azahar. El azahar no juega limpio. Grita, no escucha a nadie, no deja vivir a los demás. No tiene sutilezas ni dimensiones.
Luego hay las frutas. No hay dos frutas que huelan igual. Cada
fruta tiene su personalidad dentro del grupo. Además unas son, por ejemplo, padres
(padres, no madres) y otras son hijos, hay una relación protectora/protegida
entre las frutas. Algunas son líderes natas, son cohesivas y fuertes, algunas
trabajan más que otras.
Un día me eché una colonia verde y horas después en mi casa vi
una bola grande y verde, translúcida, una enorme y simpática molécula, flotando
a la altura de mi muñeca.
Las personas son más difíciles porque muchas de ellas no
huelen bien y me producía sufrimiento al pasar cerca de ellas (los hombres más
que las mujeres y sobre todo por la ropa, por sus camisas sin lavar.) Aunque rápidamente
aprendí lo que tenía que hacer para no sufrir: aguantaba siempre la respiración
cuando pasaba cerca de otras personas. De hecho lo sigo haciendo hoy en día,
por el hábito.
Un día en la Avenida de la Constitución pasé cerca de un chico y olí su casa, su sofá, la tela roja y blanca y polvorienta, vivía con su madre.
Otro día olí una mujer aparentemente sana pero que creo que tenía una enfermedad. Salía un olor por la manga de su chaqueta, un olor oscuro y vegetal, estaba como podrida por dentro, dentro del cuerpo. Por fuera no tenía nada.
Me di cuenta de que yo actuaba como los perros. Fascinada y feliz
con cada tontería, quedándome mucho tiempo oliendo algo. Hay tanta información,
y todo es interesantísimo. No me preguntes porqué es tan interesante, pero lo
es. Por la profundidad, quizás. Cuando tú ves un perro que se queda oliendo las
cosas se está informando, es como si estuviera leyendo el periódico. Ahora les
tengo casi envidia a los perros, es maravilloso lo que pueden hacer: ver su
mundo y construirlo a través del olfato, sin esfuerzo.
Y al mismo tiempo, cuando me pasaba esto, Dios mío, qué bien
sabía la comida. He probado las mejores comidas de mi vida, he bebido el mejor
café de mi vida y he sido la mejor cocinera de mi vida gracias a esto. Los
otros sentidos van relacionados. Y en el plano sensual, si estás con alguien, no
os podéis ni imaginar. Sientes más. E imagínate lo bien que puede oler una
persona, en el plano sensual.
Y lo bien que puedes oler tú. Las cremas, los jabones, la
piel, la presencia. Las piernas, por ejemplo, qué bien huelen. Eso sí, en las
épocas en que me pasaba esto me tenía que duchar 3 veces al día y también lavar
la ropa continuamente, porque es lo que tiene esto. Si no, no me aguantaba.
Después, he empezado (que no acabado) a aprender los
colores. O sea, cómo huele cada color. Es aprenderlos de cero, como hacen los
bebés. No he llegado a interiorizarlos todos, me faltan algunos, pero el verde,
el negro, el blanco y el gris (el blanco y el gris son la misma cosa), el amarillo,
el naranja, el rojo y el lila sí. Cada color huele de una forma y lo
identificas. Los puedes identificar, lo comprobé, con los ojos cerrados. Da
igual el material, lo que huele es el color en sí. No me preguntes cómo ni por
qué, es así. Es como verlos, pero es distinto, es otro registro.
hiperosmia oler los colores
Luego la capacidad empezó a desaparecer, y llegué a estar dos
meses sin experimentar nada. Empecé a preguntarme si me volvería a pasar. Me
daba una sensación muy frustrante de “He tenido superpoderes, y los he
perdido”. Aunque lo tenía siempre muy presente, y me gustaba contárselo a la
gente, con cuantos más detalles mejor.
Y luego me fui de fin de semana al Algarve. En Tavira, por
el centro, buscando donde comer me asaltó de nuevo la sensación de “qué bien
huele pero qué bien huele pero qué bien huele...” y di un paseo como flotando a
un metro del suelo, colocada, inmersa en un tripi con una sonrisa estúpida en
la cara, como los hippies en los años 60. LSD total, pero ya os digo que no me tomo
nada para entrar en estos estados, ni una cerveza. Ese día comí una de las
comidas más sabrosas de mi vida y bebí el mejor café de mi vida. Pero por la
tarde me pasó algo inquietante. Siempre esto me había tocado las zonas del cerebro
relacionadas con el placer (menos una vez en la Plaza de España cuando olía algodón
dulce pero no lo podía ver y me enfadé mucho), pero esto no fue así. Después
sí, pero en el momento de pasarme no.
Me pasaron dos cosas, las dos iguales de inquietantes.
Cruzaba una plaza en un
barrio humilde y me paré a oler un árbol plateado, que olía a plateado.
Pero de
repente vi delante de mis ojos, superpuesta al árbol y como dibujada o
representada en el aire, una tarta de cumpleaños verde. Un trozo de tarta. Con
su forma triangular y su textura. Y luego miré hacia abajo, y vi...
esto. No sé si se entiende, pero es un arriate de plantas con
exactamente la misma forma y color que lo que yo había visto en el aire. Y me
dio un mal rollo impresionante. Porque claro, lo había visto con los ojos pero sin
verlo con los ojos, porque no estaba en mi campo de visión... lo vi con la
nariz. Pero eso no me gustaba nada. Como si me pusieran a prueba o algo así. Me
desagradó profundamente la experiencia. Después no, después pensaba una y otra
vez en ella y ahora me gusta tanto como cualquiera de las otras experiencias...
porque ya sabía que era capaz de ver las cosas sin usar los ojos. Aunque tenía que
aprender a ver. Me equivoqué en la textura y no era un trozo de tarta. Yo vi un
trozo de tarta, de textura rugosa. En el color y la forma acerté al 100%.
Más tarde el mismo día pasé por la calle de la estación de
autobuses y pensé, uy, aquí tienen la vela que hay en mi casa (es una vela que
uso para enmascarar malos olores), pero ¿dónde está? La busqué por la calle y
luego la encontré, estaba en un escaparate, detrás de un cristal gordísimo
completamente sellado por todos sus bordes. No encontraba el resquicio por
donde podía salir el olor. Comprobé a qué distancia era capaz de oler la vela:
la olía a unos dos metros del escaparate, a través del cristal. El día
siguiente pasé por el mismo sitio a ver qué pasaba. La vela seguía allí, pero yo
ya no olía nada. Está visto que estas capacidades viene cuando quieren.
Luego pasaban tantos meses entre experiencia y experiencia
que pensaba que lo había perdido para siempre pero no, siempre volvía.
En un viaje a Algeciras y Gibraltar me pasó de nuevo. En el
hotel olía los colores, los sillones morados olían muy fuerte a morado. Me puse
a oler con los ojos cerrados a ver qué pasaba, y vi una forma cuadrada delante
de mí, marrón oscuro. Cuando abrí los ojos, era el piano. Solté una carcajada.
Después
de varios meses sin una experiencia de este tipo de repente tuve una de las más
curiosas, en el sitio menos esperado: en la segunda planta del Instituto de
Idiomas. Salí del ascensor y empecé a pensar, pero qué bien huele el tablón de
anuncios, qué bien huele, qué bien huele, pero es que ya sobrepasaba todo lo
que yo conocía, el papel, la tinta, los colores, las superficies, el aire, las
paredes, todo, todo... cada cartel, cada anuncio.... y tanto que de repente
estaba en un estado de santo éxtasis (había ido a arreglar unos asuntos pero no
podía hablar con nadie en ese estado, me tuve que quedar por el pasillo hasta
que se me pasara), una sensación de placer en todo el cuerpo tan maravillosa
que floté en el aire con los pies colgando como cuando estás en el agua, pero
yo estaba más o menos por el techo, floté por todo el pasillo así, todo el
cuerpo en tensión pero muy relajada a la vez, no necesitaba las piernas para
moverme, flotaba, volaba, y todo por lo bien que olía ese pasillo.
Donde
menos te lo esperas.
hiperosmia euforia maravillosa capacidad
Cuando
por fin bajé un poco del trance fui a lo que había venido, a ver a São, y al contárselo ella me comentó una cosa que me resultó
curiosa, no sé si está relacionada o no... que hace un par de días no se podía
pasar porque habían estado trabajando en las escaleras, pegando el lino... ¿Será
que ese pegamento que no detecta nadie más que yo (porque no consta que nadie
más que yo haya flotado por el pasillo en un estado de santo éxtasis), es lo
que he esnifado? Si es así, quiero más.... Entiendo muy bien porque la gente se
hace adicta. Si tuviera acceso de alguna manera a esa experiencia, a esa
sensación, nada más importaría quizás, y sería muy difícil prescindir de ella. Eso
me da miedo. Gracias a Dios no es así y no me puedo hacer adicta, porque para
entrar en estos estados no me tomo absolutamente nada.
Ese día fue el último que tuve una experiencia de este tipo.
Hace bastante más de un año ya, y creo que no se me volverá a repetir, aunque
me haría muy feliz si así fuera. Me solía pasar más en los viajes, a lo mejor
por algún detonante, alguna aroma poco habitual que sirviera para desencadenar
el resto... no lo sé. Me pregunto a veces si no me volverá a pasar en algún
viaje.
Cuando me empezó a pasar nunca dudé ni un instante de que lo
tendría ya para siempre, y mira, no fue así. Me duró, ahora sí, ahora no, un
par de años.
He tenido superpoderes, y los he perdido.
Pero esos “superpoderes” forman parte de mí ahora. He
aprendido a ver las cosas de forma distinta, entiendo cosas de la vida que
antes no entendía (entiendo la forma en la que viajan los olores, por ejemplo,
que cada color tiene su propia aroma intrínseca, que las plantas tienen una
sociedad muy compleja, que los perros ven las cosas cuando las huelen).
La capacidad de saber la personalidad de las plantas y los
árboles y saber si se llevan bien o mal entre ellos, eso por algún motivo no se
pierde, cuando sabes hacerlo no te abandona, es como montar en bici.
Es una experiencia que te cambia la vida, porque cambia tu
percepción de las cosas. El hecho de que ya no me pasa más me frustra, pero me
siento afortunada.
Si a alguien le ha pasado algo parecido, me encantaría que
me comentárais, aquí o en un email a
pau365@hotmail.com.
(¡Enhorabuena,
si has llegado hasta aquí!)
POSDATA: (añadido en octubre 2017) Y ya sé por qué me pasó... Estuve años sin saber a qué se debía este extraño fenómeno, que sigo pensando que ha sido de las mejores cosas que me ha pasado en la vida. Más tarde descubrí que tengo sinestesia, que es la razón por la que experimenté la hiperosmia de una forma tan radicalmente diferente a como se suele experimentar (de hecho, suele ser algo molesto y desagradable). Tener sinestesia te permite ver los olores (en mi caso; hay muchos tipos) y viene con una dosis muy grande de felicidad. La he tenido siempre, en varias manifestaciones, menos intrusiva normalmente, pero no sabía lo que era. Gracias a esto lo descubrí. Ahora forma parte de mi vida :)