Esta etapa,
Barrancos-Amareleja-Mourão, creo que es la más dura de toda la travesía. Autobuses,
taxis y hasta BlaBlaCares para ir de un punto a otro, para llegar al punto de
salida, para volver después, para llegar a cualquier sitio, para dormir.
Distancias larguísimas entre un pueblo y otro. A veces me pregunto algo así
como “quién me manda a mí meterme en estos embolaos?”, pero el problema es que me
encanta, así que hay que seguir. Más que un hobby es una forma de vida, una
adicción. Algo que merece la pena, en todo caso. Algo que me enseña mucho y que
me divierte mucho. Algo que me hace lo que soy.
Pues nada, después de
los 26+ kilómetros entre Barrancos y Amaraleja, al día siguiente me regalo una caminata más corta:
son 23 kilómetros hasta Mourão, pero lo divido en dos. Después de la paliza del
día anterior me duele todo: los pies, las piernas, las caderas, los brazos, el
hombro, la parte interior de las rodillas (no estoy segura de por qué me duele
eso, pero bueno…), pero salgo feliz porque siempre salgo feliz.
Después del fotorreportaje
de los paneles solares dejo la simpática Amareleja, la sartén de Portugal, pueblo
horizontal y muy cerca del suelo, y me adentro en el Alentejo profundo. Hay un cielo
azul espectacular y el camino es agradable, rural, bonito, aburrido, la bolsa
pesa poquísimo pero siempre se me clava algo en el costado, parece que hoy he
seleccionado cuidadosamente todas las cosas más puntiagudas que tengo para
llevarlas de paseo conmigo. Y a pesar de todo estos momentos de carretera son
irrepetibles y los disfruto profundamente.
Hoy hay menos animales que
ayer, pero a veces me acompaña una banda sonora de balidos, que intento grabar con
el móvil. Ah, y el sonido del viento en los árboles, que creo que es sonido que
me más me gusta, el sonido número 1. En los últimos puestos de la lista de sonidos
que más me gustan es el sonido de un coche que se para, pero en este caso es un
matrimonio mayor que me pregunta si quiere que me lleve a alguna parte: estas
cosas pasan mucho en el Alentejo. Les digo que no puedo hacer trampa. Muy
simpáticos, ellos.
Las fotos no hacen
justicia a un paisaje que se percibe con todos los sentidos. La belleza de estos
parajes tan tranquilos es algo que va calando poco a poco.
Después de un par de
horas de caminata el asfalto comienza a empeorar y las carreteras rurales empiezan
a tener más de rural que de carretera, y el pueblo de Granja aparece en el
horizonte.
Ya he llegado a Granja,
mi destino por hoy…
Al llegar a Granja tengo
claro lo que quiero hacer: 1. beber (y ya sabéis qué quiero beber) 2. comer y 3.
coger un taxi para volver a mi hotel en Mourão. El 1 y el 2 los consigo sin
problemas, pero el 3 resulta ser algo más complicado. Cuando consigo contactar
con el único servicio de taxi que hay en la región (sí, solo hay uno) me dicen
que hoy no hay taxis, que no, que no, que hoy no hay nada que hacer. Y ¿ahora
qué hago? Estoy atrapada en Granja, sin poder salir, al menos que pague €40
para que venga algún taxista de otra ciudad, o que haga los 12 kilómetros hasta
Mourão a pie (era mi Plan Z), o que me salve alguien del pueblo. Y resulta que sí, que me salva alguien: la señora del bar se encarga de encontrar a un taxista improvisado
y una amiga suya me lleva a Mourão en su coche. Genial.
Al día siguiente salgo
al alba en un autobús en el que yo soy la única pasajera, así que también es
algo parecido a un taxi. Eso sí, cuando llegamos al pueblo y me
bajo del autobús me salvo por los pelos de ser atropellada por una estampida de
35 escolares que vienen a ocupar el sitio que he dejado. Después de eso y de
tomar un café en el ruidosísimo bar de la esquina me quedo otra vez sola con mi
silencio, que es lo que me gusta a mí…
Y emprendo el camino de
los lagos.
Estaba deseando verlos y
son realmente espectaculares, aunque después de un invierno sin lluvia ha bajado
mucho el nivel del agua, dejando aflorar decenas de árboles muertos que normalmente
están cubiertos e invisibles, lo que crea un paisaje muy curioso.
Después de los lagos, porque
todo llega, aparece Mourão, y misión cumplida.
Mourão es un pueblo
encantador.
Tranquilo, cuidado, tiene
una luz muy especial a cualquier hora del día.
Hay un castillo donde
ahora en vez de los artilugios de la guerra están las palomas de la paz.
He salido tan temprano
por la mañana que cuando llego a mi destino sigue siendo la hora del desayuno,
así que vuelvo a desayunar, ya por tercera vez.
Y después del desayuno
viene la siesta (extraños horarios para esta extraña etapa)
antes de retomar el tortuoso camino de vuelta a Sevilla.
Próximamente (y muy
pronto, espero: la lluvia ha chafado mis planes varias veces en esta primavera loca
pero todo llega) os contaré la siguiente etapa: Mourão, Reguengos de Monsaraz,
Vendinha, São Manços, ¿Évora?
Evidentemente, hay bueno y malo en todas partes. Pero,hay veces que la amabilidad de los portugueses no deja de ser sorprendente. Lo digo por experiencia.
ResponderEliminarSí, y no sé qué tiene la parte del Alentejo interior pero te sientes arropada por la amabilidad de la gente, como si se oyera más por el silencio o algo así :) :)
EliminarSalud, suerte...y una sonrisa.
ResponderEliminar¡Pero si sigues con la travesía! Te admiro mucho. Un abrazo enorme desde Madrid,
ResponderEliminarHombre, Geyper! Me alegro de verte! Acabo de ver el comentario, por eso no te había contestado antes, mejor tarde que nunca, supongo. ¿Qué tal estás? Dime si tienes facebook y te agrego. Sí, sigo con la travesía, bueno, es una nueva, ahora Sevilla-Lisboa. Supongo que haré estas cosas toda mi vida, porque me chiflan :D
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