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La Travesía

sábado, 24 de diciembre de 2016

ARACENA-GALAROZA. DÍA 8 SEVILLA-LISBOA 365 KM

Caminar es una fiesta, y la fiesta sigue.
Punto de partida: Aracena. Es un pueblo amigo ya. Tengo cosas que hacer en Aracena, aparte de refugiarme del frío: veo una estupenda exposición en la que participa una amiga, Charo Corrales, y desayuno. Desayuno en el Casino, otro viejo amigo.
Y luego me entretengo fotografiando Aracena desde sus ventanas y desde la calle mientras subo la cuesta para salir.
Simpático, pequeño y espectacular. Un hito en el camino.
Este es la famosa pastelería Rufino, donde no he participado en el desenfreno dulce porque no estoy enviciada con los pasteles, pero he disfrutado viéndola.
Después, salgo a la carretera abierta otra vez, donde rápidamente entro en calor.
Esta vez no hay fotos de cerdos,
¿por qué será? Porque a veces desaparecen misteriosamente y no queda ni uno para fotografiar. Una pena, porque me estaba encariñando con ellos.
He hecho una breve visita a Los Marines, el pueblo donde cada año se beben 1000 litros de mosto en fiestas y se lleva un chopo de 20 metros de altura (mínimo) del bosque al centro del poblado, a hombros de los vecinos (previamente fortalecidos por los 1000 litros de mosto) para dejarlo en la puerta de la iglesia, como otros, menos fuertes, dejan los muebles viejos al lado del contenedor de la basura. Interesante festejo. No he podido echar una mano con el árbol ni beber mi parte proporcional del mosto porque todo esto tiene lugar en junio, y el árbol sirve luego de leña para las hogueras de San Juan.
Esta es otra puerta de una iglesia que aparentemente no lleva a ninguna parte (al menos que sea a otra dimensión, y yo no he conseguido pasar). Pero un vecino del pueblo me ha contado que es muy, muy antigua, que tiene por lo menos 200 años y que todos están muy orgullosas de ella. Me encanta que me cuenten cosas, y estoy apurando la experiencia mientras esté en la Sierra de Huelva porque sé que en cuanto pase al lado portugués me seguirán contando cosas, pero con una diferencia: que no me voy a enterar ni de la mitad. Y el entender todo lo que me dicen, quieras o no, ha sido una de las cosas más maravillosas de caminar en Andalucía. Es el aceite que ayuda a mover el motor de la travesía. Tengo que hacer un gran esfuerzo en ese sentido para cuando llegue a Portugal.
Ir pisando bellotas es una sensación preciosa. Y Aracena-Galaroza también es tierra de castañas, con y sin su chaquetita de pinchos. Creo que es una especie de salvavidas lo que llevan para cuando se caen del árbol. Y yo recojo estas cosas (vale, lo de los pinchos no) y algunas me las traigo a Sevilla: bellotas, castañas, piñas, trocitos de corcho, bolas de algodón... y ahora tengo un pequeño museo.
Fuenteheridos ha sido un visto y no visto, pero me ha encantado. Un ambientazo. Lo recuerdo como si fuera ruido, pero era color.
Otra amiga lusófona, Alicia, es de Fuenteheridos y me ha orientado con buenos consejos, mandándome a tomar una cerveza al solito en La Esquina.
Los guerrilleros del ganchillo han atacado a todos los monumentos y a la mitad de los árboles y el efecto es soberbio: alegre, divertido, un himno a la diversión. Supongo que es arte efímero, así que me alegro mucho de que haya coincidido con mi visita.
Y allá voy, por el Camino de Navahermosa (que también es una delicia) para luego desembocar en la carretera que lleva a Galaroza...
... donde llego con ganas de comer y beber (pero no en ese orden, claro). A las cuatro menos diez de la tarde. Vista la hora que es, me meto en el primer bar que encuentro, donde me tomo mi cerveza y me hacen esperar – rodeada de gritos, injurias y maldiciones al más puro estilo catetillo, pero ¿me he metido en el bar más cateto del pueblo? – más de media hora por una tapa que al final no llega (bueno, llega, o sea que sale, pero no llega a mi mesa, la tapa sale y se vuelve a meter, por la siguiente razón: Que de pescado tienen dos tapas: pescada y pez espada. Y la dueña ha soltado un grito (me consta porque lo oí) en dirección a la cocina pidiendo mi tapa de “peh’cada”, pero resulta que en la cocina han entendido “peh’pada”, y ahora la tienen que volver a hacer. Al menos que quiera comer la tapa de “peh’pada” que lleva largo rato allí sentada enfriándose en medio de los gritos y la confusión, claro, y a estas alturas como que ya no la quiero, ni esa tapa ni la otra, solo quiero irme, y si no consigo comer me da igual, con la cerveza y los gritos me doy por alimentada, o ya compraré un queso en el mercadillo. Y a esto me invitan a la cerveza, así que ¡ole!, al final el bar me ha gustado y todo, y me he ido a comer a otro (las cocinas no cierran en Galaroza, parece), y luego he vuelto a Sevilla en el autobús.
Quizás no me haya llevado la mejor impresión de Galaroza. Pero puede que mejore cuando llegue mañana (síii, mañana) para desayunar y luego enfilar el camino hacia Las Cefiñas, un pequeñísimo pueblo en plena sierra que en la siguiente etapa va a ser la puerta a mi experiencia particular de la antigua ruta del contrabando....

miércoles, 14 de diciembre de 2016

HIGUERA DE LA SIERRA - ARACENA. DÍA 7 SEVILLA-LISBOA 365 KM

Qué buen día. Bajo un sol resplandeciente entro en un café con una chimenea crepitante (y un hombre silbante, puagh) para desayunar antes de enfrentarme a Higuera de la Sierra-Aracena.
Después de unos veinte pasos
veo una verja abierta, y entro. ¿Qué es esto? ¡Ah! Es el cementerio. Bueno, me gustan los cementerios, voy a hacerle una visita. Y me doy una vuelta a ver qué se cuece en el Cementerio de Higuera de la Sierra.
Es un cementerio encantador, con aire, luz y vistas, y tiene muchos nichos libres. Muchísimos, vamos, no sé porqué tiene tantos nichos libres pero allí están, anunciándose, esperando al próximo inquilino.
Leo los años en las tumbas (hay algunas del siglo XIX) y doy un pequeño saludo pensativo a Eleuterio, Petronila, Fructuoso, Leocadia, Librada, Emeterio, Toribio, Donativa, Dulcenombre y todas esas personas que ya nadie se llama como ellos.
Estoy inspirada. Salgo del cementerio y ¡consigo hacer una foto de cerdos!
Sí, ¡por fin unos cerdos valientes, que no huyen! Aunque el dueño de los cerdos me explica que en realidad han acudido porque se han creído que él les iba a dar de comer, solo por eso, lo que me hace pensar que quizás la solución para ser mejor fotógrafa porcina sea llevar una bolsa de bellotas a todas partes. Me lo pensaré...
Después de mis éxitos con los cerdos salgo a la carretera. Veo que han convertido la carretera vieja en un estupendo carril bici, de varios kilómetros de largo. Bueno, es más bien un carril Pau en este caso, para uso exclusivo de mi persona, así que empezamos bien.
Aunque la carretera en sí tampoco está nada mal para caminar.
Hago la parada del no-Sumol en Valdezufre, un tranquilo pueblecito con una fuente donde intento apaciguar mi sed con agua fresquita (como se supone que tienen que hacer los caminantes), pero que tiene un grifo antipersona que no se le ocurre otra cosa mejor que tomar el agua fresquita y echármela por la falda, la camiseta, la cara, el pelo y las gafas de sol y mandarme al bar chorreando agua como una imbécil.
Valdezufre, pueblo limpio. Es la capital del Zotal.

Y ya sin mi carril unipersonal pero con una buena marcha sigo mi camino, y al final de la mañana –que se me hace corta– compruebo que llevo la dirección adecuada y que estoy llegando a Aracena.
Creo que está claro donde voy ¿verdad? A Portugal, pero primero a Aracena, un pueblo que tiene cuevas, castillo, casino y el Museo del Jamón, un pueblo donde puedes degustar setas y queso y comprar pastelillos en la Confitería Rufino, un pueblo donde si talan un árbol para construir una casa tienen que plantar dos más, para vengarlo. Eso me gusta. Pero habiendo todo eso y más solo consigo, no sé cómo, meterme de lleno en toda la zona turística, con un amplificado e indeseado cantante interpretando algo en inglés con acento francés, los bares abarrotados y la boca de la cueva amenazando con engullirlos a todos en cuanto terminen de comer.
Con el trenecito turístico calentando motores (aunque confieso que me apetecía cogerlo, para poder ver el pueblo sin mover las piernas), veo souvenirs infinitos
(y ya hay un abridor menos porque lo he comprado yo, jejeje), pero no puedo pensar en coger trenecitos ahora porque todavía no me he tomado una cerveza, que es la prioridad número uno. Rápidamente me cambio de barrio y encuentro esta plazuela con espacio y luz y casi nadie a mi alrededor. Esto era lo que andaba buscando, qué tranquilidad...
Y de la placita me desplazo a la plaza del Casino, que ya tenía pensado visitar: si Aracena es el plato fuerte de la caminata de hoy el Casino es el plato fuerte de Aracena, y luego tengo que ver cuál es el plato fuerte del Casino, porque aquí es donde voy a comer...
Casino de Arias Montano, Almacenes del Carmen. Por aquí venía hace 20 años y conservo un vago recuerdo de todo esto. Pero el Casino ha superado todos mis recuerdos y todas mis expectativas.
Me siento pequeña y feliz acurrucada en un gran sillón, aquí puedo disfrutar de un relativo silencio y soledad y unas puntillitas muy buenas.
Me quedaría toda la tarde escribiendo y dormitando si me dejaran pero no puedo, tengo que coger un autobús. Volveré, juro que volveré.
Si los 365 km de esta travesía fueran los 365 días del año, Aracena sería el 30 de marzo, pero me siento cerca de Portugal ya. Se nota que estamos en otra provincia, hay otros árboles, otros productos, esto es la sierra. Las cuestas, de momento, no han salido de los pueblos, en la carretera el desnivel es casi inexistente. Creo que Aracena es un hito importante. Próxima parada: Galaroza, donde sí que hay agua.

lunes, 5 de diciembre de 2016

VALDEFLORES – HIGUERA DE LA SIERRA. DÍA 6 SEVILLA-LISBOA 365 KM

Valdeflores-Higuera de la Sierra. ¡Me lo meriendo!
Punto de partida: una venta, claro...
La Venta de los Ángeles en este caso, adonde he llegado para desayunar, o sea para participar de todos esos pringues dispuestos en la mesa que veis en primer plano. Bueno, con moderación, ya se sabe. He desayunado muy bien. Pero ya es la hora, hay que volar...
En el camino de Sevilla a Lisboa hay decenas de ventas. Centenarias, o más antiguas incluso algunas, me imagino: me tengo que documentar sobre ellas. Ventas para reanimar al viajero en su largo camino, para alojar a caminantes y caballerías y también ponerles unas cervezas y alguna tapita (desde el siglo XX al menos). Sería difícil contarlas (sobre todo después de unas cervezas) pero las estoy disfrutando, desde fuera y desde dentro. Una pena que esta, la Venta de San Francisco, haya cerrado sus puertas ya:
Un día haré un reportaje sobre ellas en condiciones.
Pero venga, a caminar, que no tenemos todo el día!
 Creo que voy bien ¿no?
Nada más salir a campo abierto esta vez me encuentro con algo nuevo: buitres. Debe de haber algún animal moribundo en un campo cercano, porque una gran bandada de ellos está trazando círculos encima. Hasta que llego yo. Porque en ese momento se desplaza toda la manada y empieza a volar en círculos encima de mi cabeza. Genial... ¿me han confundido con una presa agonizante o se aburren simplemente un día como hoy y se ponen a seguir cualquier cosa?
Al rato consigo quitarme la buitredumbre de encima, pero luego surge una nueva amenaza: los toros. Bueno, en este caso el bóvido salvaje no encierra mucho peligro, ya que es un toro Osborne, magnífico e icónico, lo mejor de las carreteras andaluzas, no me digáis que no es un privilegio encontrarte con uno de ellos.
Aunque intentar hacerte una foto con él es otra cosa. Hasta que me compre un móvil con pantalla especial para selfies (todo llega), solo voy a conseguir autocolocarme cornamentas de todo tipo en estas tierras de caza mayor...
Y ¡ahora vienen 3 kilómetros de ciervos! Lo que faltaba...
Pero allá a lo lejos, si no me equivoco, creo que veo mi destino...
Sigo encontrando cosas, cosas que no ves si vas en coche. Hoy es una especie de roca-homenaje a la Virgen del Prado, donde le hacen ofrendas de flores de plástico en todas las formas y tamaños. Curioso...
Y los animales de hoy, pues siempre hacen lo mismo, siempre se escabullen en todas direcciones en cuanto me ven (menos los buitres, claro). Estoy pensando que necesito algún tipo de camuflaje o disfraz. (Pero ¿de qué? ¿De árbol, quizás? No, eso pesa mucho). Estos dos My Little Pony sí que hicieron otra cosa al principio, vinieron a todo galope al verme, rebosantes de curiosidad... para luego darse la vuelta y huir aterrorizados en cuanto saqué la cámara. Al final se refugiaron detrás de un murito a medio camino entre la curiosidad y el terror, y posaron para la foto, así que he conseguido algo. :)
Y más carretera, y más. Ha sido un día 100% carretera. Es lo que más hay entre Sevilla y Lisboa, me temo. Pero mira, me gusta. El asfalto no te hace malas pasadas, no bromea con tus pies. Aunque tengo que decir que prefiero la carretera antigua a la carretera nueva. Tienes más probabilidades de tropezar, pero es más poética.

Y como todo llega, Higuera de la Sierra también llega. Subo al pueblo a tomarme una cervecita en la plaza principal, que es lo que siempre hago cuando llego a los sitios ahora,

y después he comido en Casa Carmona, mi otra venta favorita.
Tengo una sensación de progreso. Llevo aproximadamente 80 kilómetros cubiertos y me quedan otros 70 hasta la frontera con Portugal. Hasta Barrancos hay cuatro etapas, unas más fáciles que otras, pero todas bonitas y divertidas, espero. :)